sábado, 1 de agosto de 2015

Sollozantes criaturas, ácaros impávidos deambulando en el sinsentido de la existencia.
Como gusanos se arrastran, en búsqueda de certezas; certezas: ramas frágiles y quebrajadas, que los sostienen para no desplomarse al piélago infinito de la Duda.
Aquel peor que el Infierno de Dante.
En precipicios pernoctan, exánimes, raquíticos, invadidos por el pavor de resbalar.
Sus ideologías, de moho impregnado, disfrazando a seres sin sentido, eyectados en el mundo, entre animales y objetos; errores del cosmos travestidos de “algo”.
Entes amorfos y demagógicos, legisladores morales, dogmáticos, incapaces de pensar por sí mismos; incapaces, en su cobardía, de aceptar la Nada, su Nada.
Aquel absoluto, esa constante en la existencia, la que a todos atormenta.
Espectros vacíos, sombras imperceptibles, se manifiestan y comentan el clima.
Se dirigen con ahínco, a sitios que odian.
 Lloran y ríen, sin saber por qué.
No aperciben su condición, tal vez ya no perciben nada, esa Nada de la cual vinieron, en la cual están, y a la que pronto regresarán.
A mí denme la Duda y la Nada, para cargarlas conmigo siempre.
A mí denme la autodeterminación, ese Infierno repleto de desasosiego, pero no vuestros paraísos artificiales.

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