miércoles, 20 de marzo de 2013

El programa de la Alianza para la Revolución Internacional. Mijail Bakunin


I. La negación de Dios y del principio de autoridad divina y humana, así como de cualquier forma de tutela de un hombre sobre otros. Aun cuando dicha tutela se establezca sobre personas adultas carentes por completo de instrucción, o sobre las masas ignorantes, y se ejerza en nombre de principios superiores, o incluso de razones científicas esgrimidas por un grupo de individuos de reconocido nivel intelectual, o por cualquier clase, en cualquier caso, terminará por formarse una especie de aristocracia intelectual, aborrecible y perniciosa en extremo para la causa de la libertad.
Nota 1. El conocimiento positivo y racional es la única luz que ilumina el camino del hombre hacia el reconocimiento de la verdad y la regulación de su comportamiento y de su relación con la sociedad que le rodea. Pero ese conocimiento está sujeto a error, e incluso si no fuera así, constituiría un atrevimiento intentar gobernar a los hombres en nombre de dicho conocimiento en contra de su voluntad. En una sociedad verdaderamente libre solamente se pueden reconocer al conocimiento dos derechos, que constituyen al mismo tiempo dos deberes: primero, el de la crianza e instrucción de las personas de ambos sexos, igualmente accesible y obligatoria para todos los niños y adolescentes hasta su mayoría de edad, fecha a partir de la cual deberá cesar su tutela; segundo, el de la difusión de ideas y de sistemas de ideas basados en las ciencias exactas y el de intentar, con ayuda de una propaganda totalmente libre, que esas ideas configuren las convicciones de la humanidad.
Nota 2. Si bien rechazamos tajantemente cualquier tipo de tutela (en cualquier forma que se presente) que el intelecto cultivado por el conocimiento y la experiencia -práctica, humana y mundana- pueda intentar establecer sobre las masas ignorantes, estamos muy lejos de negar la influencia natural y benéfica del conocimiento y la experiencia sobre las masas, siempre que dicha influencia se ejerza de manera simple, mediante la incidencia natural de las inteligencias superiores en las inferiores, y a condición asimismo de que esa influencia no esté investida de ninguna autoridad oficial ni conlleve ningún privilegio de tipo social o político, pues ambas cosas provocan por un lado la esclavización de las masas y por el otro la corrupción, desintegración y embotamiento intelectual de los que detentan tales poderes.
II. La negación del libre albedrío y del derecho de la sociedad a aplicar castigos, pues todo ser humano, sin ninguna excepción, no es más que un producto involuntario del  medio natural y social. Hay cuatro causas fundamentales de la inmoralidad humana: 1) La falta de una higiene y una educación racionales;2) La desigualdad de las condiciones económicas y sociales; 3) La ignorancia de las masas que se deriva naturalmente de esta situación; 4) Y la consecuencia inevitable de esas condiciones, la esclavitud.
El castigo debe ser sustituido por una educación racional, una instrucción adecuada y la organización de la sociedad sobre la base de la libertad y la justicia. Durante el periodo de transición, más o menos prolongado, en el que la sociedad tenga que defenderse de los individuos incorregibles (no criminales, sino peligrosos), nunca se aplicará a éstos otra forma de castigo más que el de apartarlos del ámbito en el que la sociedad ejerce su protección y solidaridad, es decir, el de expulsarlos.
III. La negación del libre albedrío no implica la negación de la libertad. Por el contrario, la libertad constituye el corolario o resultado directo de la necesidad natural y social.
Nota 1. El hombre no es libre respecto de las leyes de la Naturaleza, que son el fundamento primario y la condición necesaria de su existencia. Le invaden y dominan del mismo modo que invaden y dominan todo cuanto existe. Nada puede salvarle de su fatal omnipotencia, y cualquier intento suyo de rebelarse contra ellas conducirá simplemente al suicidio. Pero, gracias a la facultad inherente a la naturaleza humana, en virtud de la cual llega a conocer su medio y aprende a dominarlo, el hombre puede librarse gradualmente de la hostilidad natural y aplastante del mundo exterior, físico y social, con la ayuda del pensamiento, el conocimiento y la aplicación del primero al impulso volitivo, es decir, con la ayuda de su voluntad racional.
Nota 2. El hombre representa el último eslabón, el más alto nivel en la escala continua de los seres que, desde los elementos más simples hasta el ser humano, forma el mundo que conocemos. Es un animal que, gracias al desarrollo superior de su organismo, en especial del cerebro, posee las facultades del pensamiento y la palabra; y ahí radican las diferencias que le separan de todas las demás especies animales, hermanas suyas, más antiguas en edad, pero más jóvenes en facultades mentales. No obstante, la diferencia es enorme y es la única causa de lo que llamamos nuestra historia, cuyo sentido puede describirse brevemente con las siguientes palabras: El hombre comienza en la animalidad para llegar a la humanidad, es decir, a la organización de la sociedad con la ayuda de la ciencia, el pensamiento consciente, el trabajo racional y la libertad.
Nota 3. El hombre es un animal social, al igual que muchos otros animales que aparecieron sobre la tierra antes que él. No crea la sociedad mediante un pacto libre, sino que nace en medio de la sociedad y no podría vivir como un ser humano fuera de ella: ni siquiera podría llegar a ser un hombre, ni hablar, pensar, desear o actuar de forma racional. Comoquiera que es la sociedad la que conforma y determina su esencia humana, el hombre depende de ella tan completamente como de la naturaleza física, y no existe un solo genio que esté libre de su dominio.
IV. La primera ley humana es la solidaridad social; la segunda es la libertad. Ambas son interdependientes e inseparables entre sí, constituyendo de ese modo la esencia misma de la humanidad. Así, pues, la libertad no es la negación de la solidaridad; por el contrario, representa el desarrollo y, por así decirlo, la humanización de aquélla.
V. La libertad no significa la independencia del hombre respecto de las leyes inmutables de la naturaleza y de la sociedad. Es, en primer lugar, la capacidad que el hombre tiene de emanciparse gradualmente de la opresión del mundo físico exterior, con ayuda del conocimiento y de trabajo racional, y, además, significa el derecho del hombre a disponer de sí mismo y a actuar de acuerdo a sus propias opiniones y convicciones, derecho que se opone a las exigencias autoritarias y despóticas de cualquier otro hombre, grupo, clase o sociedad global.
Nota 1. No hay que confundir las leyes sociológicas, llamadas también leyes de fisiología social, que son tan inmutables y necesarias para cada hombre como las leyes de la Naturaleza física, pues son también, en esencia, leyes físicas, con las leyes políticas, criminales y civiles que, en mayor o menor medida, son un reflejo de la moral, costumbres, intereses y opiniones dominantes en una determinada época, sociedad o sector de la misma, es decir, en una clase aislada de la sociedad.  Es lógica que, al ser reconocidas por la mayoría o incluso solamente por la clase dirigente, ejercen una influencia poderosa sobre todos los individuos. La influencia será benéfica o perjudicial según el carácter de las normas, pero en relación con la sociedad, no es justo ni útil que se les impongan a nadie por la fuerza, por el ejercicio de la autoridad, y en contra de las convicciones del individuo. Ese método de imponer las leyes implicaría un intento de violar la libertad, la dignidad personal o la misma esencia humana de los miembros de la sociedad.
VI. La sociedad natural, en la que nace todo hombre y fuera de la cual nunca podría convertirse en un ser racional y libre, se humaniza sólo en la medida en que todos los hombres que la forman se hacen, individual y colectivamente, libres en un grado cada vez mayor.
Nota 1. Para todo hombre que vive en un medio social, la libertad personal significa no ceder en su pensamiento o voluntad ante ninguna autoridad que no sea su propia razón o su propia idea de la justicia; en otras palabras, no reconocer otra verdad que aquella a la que él mismo ha llegado y no someterse a otra ley que no sea la aceptada por su propia conciencia. Y esa es la condición indispensable para que se respete la dignidad humana, el incontestable derecho del hombre, el símbolo de su humanidad.
La libertad colectiva significa vivir entre personas libres y ser libre en virtud de la libertad de ellas. Como ya hemos señalado, el hombre no puede convertirse en un ser racional, con una voluntad dotada de racionalidad (y, por tanto, no puede alcanzar la libertad individual) fuera de la sociedad y sin ayuda de ésta. Por consiguiente, la libertad de cada uno es el resultado de la solidaridad general. Pero si reconocemos esa solidaridad como base y condición de la libertad de todo individuo, se hace evidente que un hombre que viva entre esclavos, incluso en calidad de dueño de ellos, se convertirá necesariamente en esclavo de ese estado reesclavitud, y que sólo si se emancipa de él se hará libre.
De ese modo, también la libertad de todos es indispensable para mi propia libertad. De aquí se sigue que sería falso mantener que la libertad de todos constituye un límite para la mía, pues eso sería negarla. Por el contrario, la libertad general representa la afirmación necesaria y la expansión ilimitada de la libertad individual.
VII. La libertad individual de cada hombre se realiza y hace posible solamente mediante la libertad colectiva de la sociedad de la que forma parte el hombre en virtud de una ley natural e inmutable.
Nota 1. La libertad, al igual que la humanidad, de la que es la más pura expresión, representa el momento final y no el comienzo de la historia. La sociedad humana, como ya hemos indicado, comienza con la animalidad. Los pueblos primitivos y los salvajes tienen su humanidad y sus derechos humanos en tan poca estima que comienzan or devorarse los unos a los otros, costumbre que, por desgracia, sigue practicándose ampliamente. El segundo estadio del desarrollo de la humanidad es la esclavitud. El tercero, dentro del cual estamos viviendo ahora, es la etapa de explotación económica, del trabajo asalariado. La cuarta etapa, hacia la cual caminamos, y a la que es de esperar nos estemos aproximando ya, será la época de la justicia, de la libertad y de la igualdad, la época de la solidaridad mutua.
VIII. El hombre primitivo en estado de naturaleza se convierte en un hombre libre, se humaniza y se transforma en un agente libre y sujeto moral; en otras palabras, se hace consciente de su humanidad y se percata en sí mismo y por sí mismo de su propio aspecto humano y de los derechos de sus congéneres.En consecuencia, el hombre debe desear la libertad, moralidad y humanidad de todos los hombres en interés de su propia humanidad, de su propia moralidad y de su libertad personal.
IX. Así pues, el primer deber del hombre es el respeto por la libertad de los demás. La única virtud consiste en amar esa libertad y servirla. Esa, y no otra, es la base de toda moralidad.
X. Al ser la libertad el resultado y la expresión más evidente de la solidaridad, es decir, de la reciprocidad de intereses, sólo puede llegar a realizarse en condiciones de igualdad. La igualdad política sólo puede basarse en la igualdad económica y social. La justicia no es otra cosa que la realización de la libertad por medio de la igualdad.
XI. Comoquiera que el trabajo es la única fuente del valor, de la utilidad y de la riqueza en general, el hombre, que es ante todo un ser social, debe trabajar para vivir.
XII. Solamente el trabajo asociado, es decir, organizado de acuerdo con los principios de reciprocidad y cooperación, se adecua a la tarea de preservar la existencia de una sociedad amplia y con un cierto grado de civilización. La civilización, sea cual fuere su naturaleza, sólo puede crearse por medio del trabajo organizado y asociado de esa forma. La razón de la productividad ilimitada del trabajo humano consiste, en primer lugar, en aplicar en mayor o menor grado la razón científicamente desarrollada (que, a su vez, es el producto del trabajo ya organizado) y también en la división del trabajo, pero a condición de que, el mismo tiempo, combine o asocie ese trabajo dividido.
XIII. El fundamento de todas las iniquidades históricas, de todos los privilegios políticos y sociales, y aquello en lo que en último término se resuelven, es la esclavización y explotación del trabajo organizado en beneficio del más fuerte (ya se trate de naciones conquistadoras, clases o individuos). Esa es la verdadera causa histórica de la esclavitud, la servidumbre y el trabajo asalariado, así como de la propiedad privada y hereditaria.
XIV. Desde el momento en que los derechos de propiedad toman carta de naturaleza, la sociedad se divide necesariamente en dos partes: de un lado los propietarios, minoría privilegiada que explota el trabajo obligatorio y organizado, y de otro los millones de proletarios, sojuzgados como esclavos, siervos o asalariados. Algunos, gracias al ocio basado en la satisfacción de las necesidades y en el bienestar material, tienen a su disposición los más altos beneficios de la civilización, la cultura y la educación, mientras que otros, los millones de personas del pueblo, están condenados al trabajo obligatorio, a la ignorancia y a la perpetua escasez.
XV. La civilización de las minorías se basa, por tanto, en la barbarie impuesta a la gran mayoría. En consecuencia, los individuos que en virtud de su posición social disfrutan de toda suerte de privilegios políticos y sociales, y todos los propietarios, son en realidad los enemigos naturales, los explotadores y los opresores de la gran masa del pueblo.
XVI. Comoquiera que el ocio -privilegio de las clases dirigentes- es necesario para el desarrollo de la mente, y debido a que el desarrollo del carácter y la personalidad exigen asimismo un cierto grado de bienestar y libertad de movimientos y de actividad, es muy natural que las clases dirigentes hayan demostrado ser más civilizadas, inteligentes, humanas y, hasta cierto punto, más morales que la gran masa del pueblo. Pero como, por otra parte, la inactividad y el goce de toda clase de privilegios debilita el cuerpo, hace morir los afectos y extravía el espíritu, es evidente que, más tarde o más temprano, las clases privilegiadas están destinadas a hundirse en la corrupción, la torpeza y el servilismo, fenómeno del que estamos siendo testigos en la actualidad.
XVII. Por otra parte, el trabajo obligatorio y la absoluta falta de ocio condenan a la barbarie a la gran masa del pueblo. No pueden fomentar ni mantener por sí mismos su propio desarrollo mental, ya que, debido a la herencia de su ignorancia, son los representantes de la clase burguesa los que se ocupan exclusivamente de manejar los elementos racionales del trabajo que ellos hacen (la aplicación de la ciencia y la combinación y dirección de las fuerzas productivas). A las masas atontadas, en el pleno sentido del término, por su agotadora y esclavizante faena diaria, solamente se les encomienda la parte muscular, irracional y mecánica del trabajo, que se hace todavía más estupidizante con la división del mismo.
Pero, a pesar de todo ello, y gracias a la prodigiosa fuerza moral inherente al trabajo, debido a que al pedir justicia, libertad e igualdad para ellos, los trabajadores lo piden para todos; al no existir otro grupo social (con excepción de las mujeres y los niños) cuya situación en el mundo sea más degradante; comoquiera que han disfrutado muy poco de la vida y, por tanto, no han abusado de ella, lo que significa que no han llegado al hastío, y también debido a que, sin embargo, por carecer de instrucción poseen la enorme ventaja de no haber sido corrompidos ni malformados por los intereses egoístas y la falsedad propiciados por la propensión al consumo, y por tanto, han mantenido intacta su energía natural, en tanto que las clases privilegiadas se hunden, debilitan y degeneran cada vez más, resulta que solamente los trabajadores creen en la vida, únicamente ellos aman y desean la verdad, la libertad, la igualdad y la justicia y a ellos sólo pertenece el futuro.
XVIII. Nuestro programa socialista exige y debe exigir irrenunciablemente:
1) La igualdad política, económica y social de todas las clases y todos los pueblos de la tierra.
2) La abolición de la propiedad hereditaria.
3) La apropiación de la tierra por las asociaciones agrícolas, y del capital y de todos los medios de producción por las asociaciones industriales.
4) La abolición del ordenamiento jurídico de la familia patriarcal, basado exclusivamente en el derecho a heredar la propiedad, así como la equiparación de los derechos políticos, económicos y sociales del hombre y de la mujer.
5) La crianza y educación de los niños de ambos sexos hasta su mayoría de edad, entendiéndose que la formación científica y técnica, en la que se incluyen los niveles más altos de formación, será igual y obligatoria para todos.
La escuela reemplazará a la iglesia y hará innecesarios los códices penales, los policías, los castigos, la prisión y los verdugos.
Los niños no son propiedad de nadie; no pertenecen a sus padres, ni siquiera a la sociedad. Pertenecen solamente a su propia libertad futura.
Pero, en los niños, esa libertad no es real todavía. Está solamente en potencia, pues la libertad real, es decir, la plena conciencia de ella y su realización en cada individuo, basada en el sentimiento de la propia dignidad y en un auténtico respeto por la libertad y la dignidad de los demás, es decir, en la justicia, solamente puede desarrollarse en el niño en virtud de la formación racional de su mente, su carácter y su voluntad racional.
De aquí se deduce que la sociedad, cuyo futuro depende totalmente de la educación adecuada de los niños y que, por tanto, tiene no sólo el derecho, sino también el deber e cuidarse de ellos, será el único tutor natural de los niños de ambos sexos. Y dado que, como resultado e la futura abolición de la herencia, la sociedad se convertirá en la única heredera, uno de sus principales deberes será facilitar los medios necesarios para el mantenimiento y educación de los niños de ambos sexos, sea cual sea su origen o su familia.
El derecho de los padres se reducirá a amarlos y a ejercer sobre ellos la única autoridad compatible con ese cariño, siempre que no vaya en contra de la moralidad, del desarrollo mental y de la futura libertad de los niños.
El matrimonio está destinado a desaparecer como acto civil o político, lo mismo que toda inferencia de la sociedad en cuestiones amorosas. El cuidado de los niños será encomendado (de una forma natural y no legalmente) a la madre, que disfrutará de ese privilegio bajo la supervisión racional de la sociedad.
Como los menores de edad, especialmente los niños, son en gran medida incapaces de razonar y de dirigir conscientemente sus actos, el principio de tutela y autoridad, que será eliminado de la vida social, seguirá encontrando una esfera de aplicación en la educación de los niños. Sin embargo, esa autoridad y tutela deberán ser verdaderamente humanas y racionales y totalmente ajenas a los frenos teológicos, metafísicos y legales. Habrá que comenzar aceptando la premisa de que, desde su nacimiento, ningún ser humano es bueno o malo, y que la bondad, es decir, el amor a la libertad, la conciencia de la justicia y de la solidaridad, el culto, o más bien el respeto, a la verdad, la razón y el trabajo, solamente pueden desarrollarse en los hombres mediante una educación racional. Por tanto, insistimos en que el único objetivo de esa autoridad serpa preparar a los niños para la máxima libertad. Este objetivo sólo podrá alcanzarse mediante la autoeliminación gradual de la autoridad para dar paso a la libre actividad de los niños a medida que se aproximan a la madurez.
La enseñanza deberá comprender todas las ramas de l ciencia, la técnica y el conocimiento de la artes. Deberá ser a la vez científica y profesional, general, obligatoria para todos los niños y especial (de acuerdo con los gustos e inclinaciones de cada uno de ellos) para que todo joven y toda muchacha que dejen la escuela al hacerse mayores de edad estén preparados para desempeñar una labor manual o mental.
Una vez liberados de la tutela de la sociedad, serán libres para ingresar o no en cualquiera de las asociaciones laborales. Sin embargo, se verán obligados a hacerlo, ya que con la abolición del derecho de herencia y la transferencia de toda la tierra, el capital y los medios de producción a manos de la federación internacional de asociaciones de trabajadores libres, no habrá lugar ni oportunidad para la competencia, es decir, para la existencia del trabajo aislado.
Nadie podrá explotar el trabajo de los demás; todos tendrán que trabajar para vivir. Y todo el que no quiera trabajar se morirá de hambre, a menos que logre encontrar una asociación o comunidad que le alimente por consideración o lástima. Pero en ese caso no sería justo que se le concediera ningún derecho político, puesto que, a pesar de ser un hombre sano, ha preferido la vergonzosa situación de vivir a expensas de otros; los derechos sociales y políticos se basarán únicamente en el trabajo aportado por cada uno.
Sin embargo, durante ese período de transición, la sociedad tendrá que hacer frente al problema de los individuos (y por desgracia habrá muchos) que hayan crecido dentro del sistema actual de injusticia organizada y de privilegios especiales y a los que no se les educó en la necesidad de la justicia y de la verdadera dignidad humana, así como en el respeto y el hábito del trabajo. Con respecto a esas personas, la sociedad revolucionaria o revolucionada, se hallará ante un difícil dilema: tendrá que obligarles a trabajar, lo que constituiría un despotismo, o que dejarse explotar por los ociosos, lo que sería una nueva esclavitud y una fuente de corrupción en la sociedad.
En una sociedad organizada de acuerdo con los principios de igualdad y justicia, como fundamentos de la verdadera libertad, en la que se dé una organización racional de la educación y una presión de la opinión pública que, al basarse en el respeto al trabajo, despreciará necesariamente a los ociosos, será imposible la ociosidad y el parasitismo. Al convertirse en excepciones raras, los casos de ociosidad se considerarán como enfermedades especiales que requieren tratamiento clínico. Solamente los niños (hasta que alcancen un cierto grado de fortaleza, y más tarde, sólo en medida en que haya que darles tiempo para adquirir conocimientos y no convenga sobrecargarlos de trabajo), los inválidos, los ancianos y los enfermos estarán exentos de trabajar sin que ello vaya en menoscabo de la dignidad de nadie o entorpezca los derechos de los hombres libres.
XIX. En interés de su radical y total emancipación económica, los trabajadores deberán exigir la abolición completa y definitiva del Estado y de todas sus instituciones.
Nota 1. ¿Qué es el Estado? Es la organización histórica de la autoridad y la tutela, divina y humana, ejercidas sobre la masa del pueblo en nombre de alguna religión, o de la presunta capacidad excepcional y privilegiada de una o varias clases propietarias, en detrimento de la gran masa de trabajadores cuyo trabajo obligatorio es explotado cruelmente por dichas clases.
También la conquista, que se convirtió en el fundamento del derecho de propiedad y de herencia, constituye la base de todo Estado. Se llama “derecho” a la explotación legalizada del trabajo de las masas en beneficio de un cierto número de propietarios (la mayoría de los cuales son ficticios, existiendo en realidad solamente un pequeño número de ellos), consagrada por la Iglesia en nombre de una falsa divinidad que siempre ha estado del lado de los más fuertes y listos. Se llama “civilización” al desarrollo de la prosperidad, la comodidad, el lujo y la sutil y deformada inteligencia de las clases privilegiadas (desarrollo que está enraizado necesariamente en la miseria e ignorancia de la gran mayoría de la población); se llama “Estado” a la organización que garantiza la existencia del conjunto de iniquidades históricas.
En consecuencia, los trabajadores deben desear la destrucción del Estado.
Nota 2. El Estado, que se apoya necesariamente en la explotación y esclavización delas masas y que, como tal, oprime y atropella todas las libertades del pueblo y cualquier forma de justicia, es por fuerza brutal, conquistador, predatorio y rapaz en sus relaciones con el exterior. El Estado (cualquiera de ellos, ya se trate de una monarquía o de una república) es la negación de la humanidad, y lo es porque, al mismo tiempo que considera el patriotismo de sus súbditos como el más  alto y absoluto de sus objetivos, y coloca, de acuerdo con sus principios, por encima de todos los intereses del mundo su propia conservación, su propio poder dentro de sus fronteras y su expansión hacia el exterior, niega los intereses privados y derechos humanos de sus súbditos, así como los derechos de los demás países. Y, en consecuencia, el Estado viola la solidaridad internacional entre los pueblos y los hombres, colocándolos fuera de la justicia y de la humanidad.
Nota 3. El Estado es el hermano pequeño de la Iglesia y no se pueden encontrar otras razones para su existencia que no sean las teológicas o metafísicas. Al ser por su esencia contrario a la justicia humana, ha de buscar su racionalidad en la ficción teológica o metafísica de la justicia divina. En el mundo antiguo se desconocía por completo el concepto de nación o sociedad, o más bien la segunda estaba por completo esclavizada y absorbida por aquél y cada Estado derivaba su origen y derecho especial a la existencia y denominación de alguna divinidad o divinidades a las que consideraba sus exclusivos protectores. En el mundo antiguo se hacia abstracción del hombre como individuo; se carecía del concepto de humanidad. Solo existían súbditos. Por ello, en su civilización la esclavitud se consideraba un fenómeno natural y el fundamento necesario para el bienestar de sus súbditos.
Cuando el cristianismo acabó con el politeísmo y proclamó la existencia de un solo Dios, los Estados tuvieron que recurrir a los santos del paraísmo cristiano, y cada Estado católico tenía uno o varios santos patrones, defensores e intercesores suyos ante Dios, que, a veces, no puede por menos de haberse encontrado en una situación embarazosa. Pero, además, cada Estado necesita también declarar que el propio Dios le protege de una forma especial.
La metafísica y la ciencia del derecho, basada aparentemente en una idea metafísica, pero apoyada en realidad en los intereses de las clases propietarias, intentaron también descubrir una base racional que explicara la existencia del Estado. Recurrieron a la ficción del pacto o contrato general y tácito, o a la de la justicia objetiva y el bien general de aquellos a los que se suponía que representaba el Estado.
Según los jacobinos demócratas, el Estado tiene la misión de conseguir el triunfo de los intereses generales colectivos de los ciudadanos sobre los intereses egoístas de los individuos, los municipios y las regiones. El Estado es la justicia universal y la razón colectiva que triunfa sobre el egoísmo y la estupidez de los individuos. Es la afirmación de la insignificancia y la irracionalidad de cada individuo en nombre de la sabiduría y la virtud de todos, de la libertad colectiva y en general, que en realidad sólo es una simple abstracción deducida de la negación o la limitación de los derechos de los individuos aislados y basada en la esclavitud real de cada uno.
Como toda abstracción sólo puede existir en la medida en que esté apoyada en los intereses concretos de un ser real, la abstracción del Estado representa en realidad los intereses concretos de las clases dirigentes, propietarias y explotadoras, a las que suele llamarse inteligentes, así como la subordinación en beneficio suyo de los intereses y la libertad de las masas esclavizadas (1).
Mijail Bakunin

domingo, 10 de marzo de 2013

Ayer y hoy del anarquismo en Venezuela



La incidencia anarquista en la historia venezolana ha sido menos marcada que en otros lugares de Latinoamérica, donde se manifiesta vigorosamente a través de luchas colectivas, publicaciones, personajes y debate de ideas. Sin embargo, merece evocarse pues no ha dejado de tener influencia en nuestra evolución social y cultural.

Del Siglo XIX al primer tercio del XX, algunos intelectuales locales fueron simpatizantes o lectores tolerantes del anarquismo, pero sin nada parecido a un Flores Magón, Barret, Oiticica, González Prada u otros de sus exponentes conocidos en el pensamiento continental [Cappelletti 1990]. Los pocos que exploraron la senda libertaria apenas dejaron referencia escrita y luego optaron por el positivismo o el marxismo; sólo valdría mencionar a Pío Tamayo, que en la cárcel instruyó a jóvenes luchadores antigomecistas en el “socialismo de Bakunin y Marx”, hasta poco antes de morir en 1936 [Sananes 1987]. Considerando las luchas populares, historiadores de la Guerra Federal (1859/1863) -la mayor conmoción social en Venezuela entre la Independencia y la era petrolera- destacan la influencia que tuvieron Proudhon y el socialismo francés en Ezequiel Zamora, el General del Pueblo Soberano. El programa del federalismo zamorista es claro: “...horror a la oligarquía, libertad de hombres y tierras, igualación social”, expresando una intención radical que sólo se pudo detener con su asesinato [Brito Figueroa 1981].


A comienzos del Siglo XX, emigrantes anarcosindicalistas europeos contribuyeron a que la organización obrera asomara pese al atraso económico, social y cultural [Rodríguez 1993]. Esos esfuerzos -formación de mutuales y gremios, huelgas, propaganda, etc.- fueron algo más notorios al iniciarse la industria petrolera, pero la dictadura de Juan Vicente Gómez (1908/1935) persiguió con saña toda actividad sindical, impidiéndole desarrollarse como en otras latitudes. Los escasos y acosados militantes sociales dentro del país intentaban con muchas dificultades hacerse de un pensamiento político, mientras la mayoría del exilio antigomecista era ajeno a influencias radicales. Entre la minoría, el atractivo en expansión del bolchevismo ruso resultó demasiado fuerte para que el anarquismo ganase adeptos. Cuando esa fracción marxista regresó tras la muerte del tirano, ocupó totalmente el campo de la izquierda, absorbiendo al puñado de lectores y discípulos clandestinos del ideal libertario, que estuvieron incluso entre los fundadores del Partido Comunista de Venezuela (1936) y Acción Democrática (1941), partidos que controlaron el proceso de organización política de masas en el período posterior. Adicionalmente, la represión anti-anarquista tenía rango constitucional y se instrumentó en la llamada “Ley Lara”, vigente entre 1936/1945.


En los años 40 y 50 llegaron muchos exilados anarquistas ibéricos, que afrontaron no sólo el peso de la derrota en la Guerra Civil Española, sino un medio adoptivo donde sus ideas eran vistas como extrañas. La perentoria necesidad de subsistir y tener que adecuarse al ambiente de cerril autoritarismo fueron obstáculos adicionales para dificultar la organización de potenciales simpatizantes criollos; sin embargo, se hicieron esfuerzos palpables, particularmente tras 1958 al finalizar 10 años de dictadura militar, cuando se estableció la Federación Obrera Regional Venezolana (FORVE) -afiliada a la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT-IWA), agrupación mundial anarcosindicalista fundada en 1922-, se formaron algunos grupos específicos, se editaron publicaciones periódicas, folletos y libros, pero poco de esta actividad trascendió fuera de los círculos más concientizados de emigrantes peninsulares [Montes De Oca 2008].


La oleada de impugnación sociopolítica que se vivió mundialmente a fines de los años 60 -especialmente el mayo francés de 1968 con su indudable raíz libertaria- también llegó al país. Su huella fue evidente en la Renovación Universitaria que conmocionó a las principales instituciones de Educación Superior entre 1968 y 1970, para mantenerse presente en movimientos estudiantiles y de cultura alternativa posteriores. Sin embargo, salvo la menguante presencia de los veteranos españoles, pasarán años para que existan agrupaciones que se identifiquen con el ideal y la práctica anarquista, pues en los 70 el marxismo aún se consideraba soporte ideológico insustituible de cualquier propuesta revolucionaria en Venezuela.


Entre 1980 y 1995 emergieron intentos de organización cabalmente anarquistas buscando conectarse con luchas y movimientos sociales, siendo el Colectivo Autogestionario Libertario (CAL) el más visible. Se editaron El Libertario -9 números entre 1985 y 1987, a cargo del CAL- y Correo A -28 números entre 1987 y 1995-, periódicos que fueron referencia y punto de reunión para algunos activistas, donde hubo quienes venían del marxismo, exilados ácratas latinoamericanos, y, principalmente, jóvenes que llegaban al anarquismo desde la escena punk. También se hizo notar la actividad académica y divulgativa de Ángel Cappelletti, anarquista argentino que laboró en Venezuela por 26 años [Méndez y Vallota 2001]. Pese a las dificultades para hacer comprender e impulsar propuestas anarquistas de autogestión y acción directa en un medio donde era casi absoluto su desconocimiento o mala interpretación, poco a poco se despejaron caminos para llegar a diversos ámbitos donde se expresaban iniciativas afines. Además, ocurrió el estallido popular del 27/02/1989, “El Caracazo”, que junto a otros eventos nacionales (en especial, la crisis del rentismo petrolero y del modelo político establecido en 1958) e internacionales (como el derrumbe de las burocracias del Este de Europa), abrieron espacios para propagar el ideal libertario.


El esfuerzo por asociar anarquismo y luchas colectivas concretas se hizo más patente al reaparecer El Libertario desde 1995, cuyo grupo responsable se identificó hasta 2007 como Comisión de Relaciones Anarquistas (CRA), para luego denominarse Colectivo Editor de El Libertario. Es la publicación más perdurable en la historia ácrata local, editando unos 5 números cada año, con una difusión significativa al comparar con empeños semejantes del país o del continente. Junto a ella, hay núcleos e iniciativas anarquistas con áreas de intervención varias y ubicadas en diversas regiones, destacando el funcionamiento de locales específicos (como el CESL en Caracas, el CEA en Mérida y el Ateneo La Libertaria, primero en Biscucuy y después en el área rural al suroeste de Lara), la organización en enero de 2006 del Foro Social Alternativo en Caracas, la actividad de la Cruz Negra Anarquista, la edición persistente de variados materiales de divulgación, y el impulso dado a distintos eventos de protesta social y agitación cultural. Este proceso ha debido superar la prueba de la “revolución bolivariana”, acaudillada por Hugo Chávez, que para los anarquistas representa una tramoya demagógica, corrupta, militarista e ineficiente ante la cual ha alucinado buena parte del socialismo local y mundial, dificultando en mucho el desarrollo de movimientos populares autónomos, línea de acción que promueve el anarquismo venezolano.


Referencias 


* Alterforo (2006). –Boletín en español e inglés del Foro Social Alternativo- Caracas.

* BRITO FIGUEROA, F. (1981). _Tiempo de Ezequiel Zamora_, Caracas, UCV.
* CAPPELLETTI, A. (1990). “Anarquismo Latinoamericano”, pp. IX-CCXVI, en A. Cappelletti y A. Rama (Recopiladores): _El Anarquismo en América Latina_, Caracas, Biblioteca Ayacucho.
* Correo A (1987-1995). Caracas (también en: www.geocities.com/samizdata.geo/CorreoA.html).
* El Libertario (1985-1987). Caracas.
* El Libertario (1995-2008). Caracas (también en: www.nodo50.org/ellibertario, con amplia sección en inglés).
* MÉNDEZ, N. y A. VALLOTA (2001). _Bitácora de la Utopía_, Caracas, UCV (también disponible en varios sitios de Internet).
* MONTES DE OCA, R. (2008) “Anarquismo en Venezuela”, Caracas, inédito.
* RODRÍGUEZ, L. (1993). “Conociendo al Anarcosindicalismo Venezolano”. Correo A, Caracas, # 22, pp.16-17.
* SANANES, M. (1987). _Pío Tamayo, una Obra para la Justicia, el Amor y la Libertad_, Caracas, sin editorial.
* UZCATEGUI, R. (2001). _Corazón de Tinta_, Caracas, Naufrago de Itaca.

miércoles, 6 de marzo de 2013

[Adilkno] Nihilismo contemporáneo. Acerca de la inocencia organizada


‘Cuando la reflexión alcanza el infinito, se restaura la inocencia’ Heinrich von Kleist

Con el surgimiento de la mediocridad privilegiada, la vida inocente se hizo accesible a las masas. Los don nadies dejaron de ser parte de una clase que luchaba por alcanzar fines históricos como la revolución o el fascismo. Se ha entrado en una era fría, exenta de pasión. Mientras en el exterior las tormentas rugían y a un cambio seguía inmediatamente otro cambio, la vida privada quedaba en punto muerto. El tiempo debía seguir su curso, a pesar de la historia, la moda, la política, el sexo y los medios. Los inocentes no rechistaban, despreciaban el inconformismo. “Que sea lo que haya de ser”. La gente normal se veía a sí misma como una pieza de la maquinaria y no les avergonzaba reconocerlo. Se aseguraban de que los trenes fueran puntuales y regresaban a casa a la hora de la cena. Como sustitutos de las antiguas demarcaciones de casta, sexo y religión la inocencia introdujo conceptos falsamente esperanzadores como la tolerancia, el aperturismo y la armonía. El positivismo se convirtió en un estilo de vida. La crítica positivista se utilizó en la reconstrucción de la política y la cultura. La gente pasaba buenos ratos, estaba ocupada, atareada y dinámica y sobradamente empleada. Reinaba una visión simple y clara de la realidad. Decir inocentes no era lo mismo que decir Buenos, ya que los inocentes, sencillamente no se enteraban de nada, aunque no por ello estaban exentos de valores. No estaban hechos para delinquir. Así se convirtieron involuntariamente en objetivos de las estrategias del Bien y el Mal.
Estamos hablando de una vida sin drama, sin inmediatez, sin‘Entscheidung’ (decisión). Nada se pondrá jamás al rojo. Nunca habrá que tomar decisiones sobre nada. No hace falta escapar para ser sólo tú. “No rompáis el equilibrio”. Los inocentes se regocijan con los rituales diarios, que son su fuente de felicidad. Una lavadora que no funciona es suficiente para desquiciar a un inocente: “este cacharro tiene que funcionar”. El conflicto con lo material proviene de que lo material siempre se rompe, se estropea, funciona mal y, en general, se comporta de modo extraño y no se puede reemplazar así como así. El consumo desenfrenado conlleva la promesa de que, de ahora en adelante, no volverá a suceder nada. En esta existencia imperturbada el lujo resulta tan natural que pasa desapercibido. La conciencia inocente se distingue por su aire de primitivismo entumecido que evoca un universo donde la irritabilidad de los individuos puede estallar sin previo aviso: una y otra vez los semáforos, los atascos y los retrasos, los engorros burocráticos, el mal tiempo, los ruidos de las obras, las enfermedades, los accidentes, los invitados y los incidentes inesperados constituyen una agresión contra la existencia inocente. A pesar de todo, uno se ve atrapado en acontecimientos inesperados. Esta actitud de concentración en el trabajo y en los asuntos profesionales que huye de toda distracción elimina cualquier riesgo y relega la categoría del criterio único a la dimensión de lo alcanzable. El súmmum de la felicidad son el porno light, una moto, un coche nuevo de precio medio, una casa propia con hipoteca, algún hobbyinteresante, ir a los clubs, los niños, una fiesta a todo tren por el cumpleaños de familiares o amigos, los clubes literarios, las tarjetas de navidad, los bordados de punto de cruz, la ikebana, la jardinería, la ropa limpia, crear una biosfera adecuada para las mascotas y las plantas de interior, los conejillos de indias, el conejo en el patio, las palomas en el ático, los destinos para las vacaciones, las cenas en restaurantes, la teleadopción a través del programa de acogida de niños, una charla con los amigos para ponernos al día sobre las últimas noticias o nuestro carné de Greenpeace. Este ideal de vida inmaculada y sin alteraciones se caracteriza por la entrañable pretensión de ser el objetivo de, literalmente, todo el mundo. La inocencia está siendo tratada continuamente por doctores, terapeutas, esteticistas, acupuntores y mecánicos. A la inocencia le gusta someterse a reparaciones constantes. Considera que es su obligación desarrollarse y, si es necesario, que se la reeduque. Se acude a cursillos, se participa en las sesiones de adilkno, se visitan teatros, salas de conciertos, expos, se leen libros, se siguen las rutas de senderismo en los bosques y se practican artes marciales. La inocencia como derecho humano universal abarca por igual a animales, plantas, arquitectura, paisajes y expresiones culturales. Esta es la condición con la que en última instancia se puede salvar el mundo: una condición ni utópica ni fatalista, sino inalterablemente funcional.
Las campañas publicitarias que sirven de banda sonora para este estilo de vida apelan a la alegría infantil de ver cómo se premian nuestros logros. Escenas de padres sonrientes que se pueden permitir absolutamente todo. Referencias a las circunstancias autoritarias bajo las que se educa a los niños y bajo las que alcanzan la madurez y aprenden a hablar. La inocencia presupone la seguridad que ofrece esa burbuja protectora que forman la estructura familiar, el colegio, la empresa y el club de deportes. Bajo el ‘capitalismo infantil’ (Asada), se tientan nuestros deseos con la oferta de una existencia segura. Si demostramos nuestra buena conducta se nos garantiza que los cambios que ocurran en el mundo exterior no provocarán ninguna catástrofe. La rebeldía se castiga y es casi completamente inútil. El hogar incorpora un oasis fortificado. Los demás son exactamente iguales a ti y si te mueves de celda en celda te da la impresión de que la vida es genial. Las sorpresas sólo se permiten entre constelaciones cercanas. La única excepción (bajo control) a la regla es el enamoramiento apasionado. En el ámbito del sexo todavía se puede esperar que se produzcan agresiones, con todo lo que conllevan. Por eso el anuncio por palabras es un medio tan inocente, que nada tiene que ver con la prostitución ni con el declive moral. El momento clave de toda existencia inocente es el día de la boda: el día más feliz de nuestra vida. El matrimonio es el único momento en la vida en que los don nadies de ambos sexos se pueden vestir con todos sus ornamentos y exhibirse sin reparos ante el mundo. El vestido de novia hecho especialmente para la ocasión, el rojo o el blanco que se llevan a la vista de todo el mundo, el ramo de novia, los zapatos del novio, la orquesta en el jardín, el carruaje o el descapotable, los espectadores entusiasmados, el histórico salón de bodas, el discursito conmovedor del cura, el aplauso, todo el mundo puesto en pie, los regalos, la cena en un restaurante de moda, la celebración hasta altas horas de la madrugada: no se escatima en gastos ni en esfuerzos para crear un entorno en el que todo el mundo acaba muy borracho pero nunca llega a hacer el ridículo más espantoso. Un día para recordar con horror el resto de nuestras vidas, pero totalmente imposible de olvidar, una herida en tu vida, un tatuaje mental que te infligen sin contemplaciones los miembros de la familia. Miles de parejas conviven sin haberse casado con tal de no tener que enfrentarse a todo esto. La presión de saber que no hay opción salvo dejar que todo funcione a la perfección de modo que, a pesar de ese perfecto funcionamiento, se elimine completamente la posibilidad de pasarlo bien. La mayor tristeza viene la noche anterior, la mayor alegría llega con la noche de bodas. A partir de ahí todo son refugios seguros.
Como hasta cierto punto la inocencia no es más que defensa, no puede permanecer neutral ante las continuas amenazas externas de que es objeto (ladrones, violadores, piratas informáticos, falsificadores, incestuosos, psicópatas, bacterias, misiles, nubes tóxicas, extraterrestres, etc.). Tampoco puede invocar la curiosidad infantil sobre lo que acontece en el mundo exterior. La capa protectora de la inocencia refleja cualquier amenaza surgida de su entorno y le da un aura de organización. Se cree que todos (la mafia, los jóvenes criminales, los conspiradores, las sectas, los cárteles de drogas, los bandidos, los piratas) acechan la inocencia de la mediocridad. Son fantasmas omnipresentes. Antes de que te des cuenta puedes estar involucrado en un fraude, ser víctima o ser culpable de uno. La inocencia, que desea desesperadamente mirar a otro lado, hacer como que no se entera, parece a punto de sucumbir. La ignorancia puede ser un error fatal; una estrategia más práctica podría ser la de localizar y canalizar los ataques. Si se reparte a todos los individuos una garantía electrónica de inocencia, tarde o temprano cualquier malhechor podría encontrarse en una cárcel especializada. De hecho, la inocencia no debería precisar legitimación, todo este registro y vigilancia no hace sino desgastar su aura. Potencialmente todos somos inmigrantes ilegales; aunque se demuestre lo contrario seguimos constituyendo un factor de riesgo. En la actual fase, refugiarse en el anonimato de lo cotidiano se convierte en algo más peligroso y menos recomendable. La neutralidad, que aparenta ser un aislamiento voluntario, acaba por convertirse en una exclusión grotesca. Los que no están perfectamente comunicados difícilmente pueden apelar a la compasión de la inocencia organizada.
La inocencia organizada está obsesionada con el mal, lo observa, lo analiza y lo clasifica con el fin de superarlo por completo. La inocencia existe porque aparenta ser lo contrario. Una persona no puede confesar su inocencia, cada confesión conlleva culpabilidad, cualquier gesto es una pose falsa propia del bien mismo. Desde el principio se informa a todo el mundo, todos lo sabemos todo acerca de los demás y existe un acuerdo tácito de que sobre algunas cosas más vale no hablar. Los inocentes son discretos y no se adentran en terrenos prohibidos (el poder, el deseo, la muerte). Estas fronteras no se violan. Las vacaciones pueden ofrecer algún tipo de compensación, pero cada cosa se hace a su debido tiempo. Los familiares cercanos son los que nos irritan más. Son vecinos parsimoniosos, niños ruidosos, extrañas parejas. Los primeros roces se convierten en símbolos a los que siempre podemos echar mano. Estudiamos a los otros con desconfianza, con una forma de vigilancia que es imposible sancionar ya que la interacción mediante la cual se definen las normas ha dejado de existir. La normalidad ya no puede definir lo que es aberrante. Sólo las alteraciones relacionadas con el consumo de drogas, los distritos caldo de cultivo de la prostitución, los centros de viajeros y de refugiados pueden provocar que, ante el temor al declive del valor de la propiedad privada, los ciudadanos se unan temporalmente en muchedumbres airadas. Esta resistencia del vecindario no tiene un móvil ideológico, nunca se vislumbra una base común desde la que formular ideas que se puedan transmitir. Tus vecinos hacen aeromodelismo, mientras que tú prefieres a Pierre Boulez: no hay sitio para el intercambio de ideas. Lo que nos separa no son sólo las vallas de nuestros jardines. Por ello, también carecen de sentido las acusaciones de racismo o discriminación. No existe un orden moral que pueda degenerar en fanatismo.
Los estereotipos se confunden. Nadie sabe el aspecto que puede tener un judío ni cómo distinguir a un turco de un marroquí (‘Todos los turcos responden al nombre de Ali’). Las otras características no se recuerdan porque nosotros mismos no somos conscientes de nuestra propia identidad. A eso nos ha llevado tanta corrección política en la publicidad, en las campañas de información del público y hasta en las recetas de cocina. Una sociedad multicultural es el choque entre los ciudadanos sin personalidad y los herederos de la identidad. En la relación del inocente con el Otro venido de fuera siempre se produce un malentendido básico. El concepto de diferencia cultural se acepta con gran entusiasmo. Se supone que estas culturas funcionan con el mismo tipo de aislamiento con el que funciona la nuestra. ¿Quién querría visitar una vida anodina como la nuestra, que culmina en una igualmente confortable soledad? La tolerancia no es más que envidia de la sencillez del otro. Las celebraciones de los viernes no se consideran atrasadas en el sentido puro de la palabra (como en su día lo fueron las reformistas) sino como prueba de devoción y fidelidad a sus creencias, características con las que nosotros ya no contamos. Los suburbios son politeístas: se cree en todo. Hay más que lo que se enseñó en el colegio pero, ¿qué?. Buscando encontramos, pero nos sigue angustiando la perspectiva de lo que se nos pueden presentar: gurús, piedras curativas, apariciones celestiales, vudú y encuentros se nos escapan sin que tengamos la oportunidad de compartir las experiencias. Por un momento tenemos la impresión de que están pasando bastantes cosas, de que el mundo que nos rodea está lleno de relaciones profundas, de promesas y de un porvenir optimista. Pronto nos encontramos solos con todos los atributos que hemos adquirido para la experiencia transcultural, esa cazadora que compramos juntos, ¿te acuerdas?, la agenda vacía y los álbumes de fotos de vacaciones. ¿Hay algún principio macrosocial que nos sirva de orientación y haga desaparecer todo este patético sufrimiento humano, que alivie nuestra confusión? ¿Dónde están los constructores de esta nueva situación? ¿Entre nosotros y rodeándonos? El refugiado, como portador de la cultura, puede resultar profético. En última instancia, son los refugiados quienes nos devuelven nuestra espiritualidad exiliada, esa espiritualidad que tanto perseguimos en occidente.
Podemos perder la inocencia si cometemos un crimen, si participamos en una sesioncilla de sadomasoquismo, si nos unimos a un club de moteros, si nos decantamos por el arte o intentamos pasar desapercibidos, pero el submundo de las diversiones no nos consuela. Por último otra opción, muy de moda últimamente, es decantarse por la guerra o el genocidio. Sin embargo, no podemos escapar al conglomerado y sus dictados. La bici de montaña, la camiseta, la ropa de Olilly, los juegos de ordenador, las pintadas, las pegatinas de los coches, los spoilers, la gorra, la ropa informal, la gomina, todos éstos son ‘objets nomades‘ de la Europa de Jacques Attali, una Europa que se dirige a una uniformidad estilizada. No existe un elemento opuesto a la inocencia que pueda negarla o compensarnos por ella. Lo único que la inocencia no soporta son los aguafiestas. Este proceso de descomposición dentro de la normalidad no nos ofrece una alternativa y no se rebela, ni siquiera expresa nada. A través suyo la inocencia sólo se agota. No se puede estar chispeante y alegre todo el día, siempre fulminando la suciedad a nuestro paso mediante el pensamiento productivo. La inocencia no corre peligro de desaparecer ni con la revolución ni con la reacción. Sólo puede debilitarse, sucumbir a la pobreza y lentamente desaparecer de nuestra vista, como si hubiese surgido para desgastarse. Las relaciones sentimentales estables se resuelven encargando un vertedero al que arrojar la inocencia acumulada, con el fin de comenzar de nuevo más limpios y animados tras el proceso de redecoración interna. La generación anterior, con la politización de lo privado, consiguió deshacerse de parte de nuestra inocencia, pero ésta se ha reagrupado con nuevo ímpetu y ahora ha lanzado a rockeros grunge, a miembros de la generación X, a adeptos del trance y a otros grupos de jóvenes a la búsqueda inútil de una base firme contra la que reaccionar con un formato que no sea la moda o los medios, últimos modelos organizativos de la inocencia. El gobierno mismo muestra ahora con la mayor expresividad su oposición contra el sexismo, el fascismo, el problema de los sin hogar y en general cualquier cosa contra la que se opondría cualquier rebelde bienintencionado. La única cosa que les queda a las nuevas generaciones de inocentes para desahogar su ira son todas las manifestaciones de la propia inocencia. Es material suficiente para servir de sustrato común a un grupo social enorme, que empieza a trabajar con distintos temas con el fin de descubrir un terreno común a todas las divisiones. Boicotear a las compañías de seguros, arrasar tiendas de ropa de niños arrogantes, quemar las innecesarias tiendas de regalos. ¡Tenemos todo un paraíso consumista por destruir! Pero no nos emocionemos demasiado. Se nos disolverá la inocencia, veremos cómo se acalla. ¿Qué tal si ni lo mencionamos?

lunes, 4 de marzo de 2013

[P. Kropotkin] El Nihilismo


Un movimiento formidable se iba desarrollando al mismo tiempo entre la parte más ilustrada de la juventud rusa. La servidumbre estaba abolida; pero una extensa red de hábitos y costumbres de esclavitud doméstica, de completo desprecio de la individualidad humana, de despotismo por parte de los padres y de sumisión hipócrita por el de las esposas, hijos e hijas, se había desarrollado durante los doscientos cincuenta años que duró. En toda Europa, al principio del siglo XIX, dominaba un gran despotismo doméstico; de ello dan buen testimonio las obras de Thackeray y Dickens; pero en ninguna otra parte alcanzó tan extraordinario desarrollo como en Rusia. Toda la vida rusa, en la familia, en las relaciones entre jefes y subordinados, oficiales y soldados, y patronos y obreros, lleva impreso su sello. Todo un mundo de costumbres y modos de pensar, de preocupaciones y falta de valor moral y de hábitos creados al calor de una lánguida existencia, había tomado cuerpo a su sombra. Hasta los hombres mejores de la época pagaban un gran tributo a estos productos del periodo de servidumbre.
A la ley no le era dado intervenir en tales cosas. Sólo un vigoroso movimiento social que atacara las raíces mismas del mal hubiera podido reformar los hábitos y costumbres de la vida corriente, y en Rusia esta acción, esta rebeldía del individuo, tomó un carácter más enérgico, y se hizo más radical en sus aspiraciones que en ninguna otra parte de Europa o América. Nihilismo fue el nombre que Turguéniev le dio en su novela, que hará época en la Historia, titulada Padres e Hijos.
Este movimiento ha sido mal comprendido en la Europa occidental; la prensa, por ejemplo, lo confunde continuamente con el terrorismo. La agitación revolucionaria que estalló en Rusia hacia el fin del reinado de Alejandro II, y que terminó en su trágica muerte, es descrita constantemente como nihilismo, lo cual es, sin embargo, una equivocación. Confundir nihilismo con terrorismo, es tan erróneo como tomar un movimiento filosófico, como el estoico o el positivista, por uno político, como, por ejemplo, el republicano. El terrorismo vino a la existencia traído por ciertas condiciones especiales de la lucha política, en un momento histórico determinado; ha vivido y ha muerto; puede renacer y volver a morir. Pero el nihilismo ha marcado su huella en la vida entera de la parte más inteligente de la sociedad rusa, y no es posible que ésta se borre en muchos años. Es el nihilismo, desprovisto de su aspecto más violento -cosa imposible de evitar en todo nuevo movimiento de esta índole, lo que da ahora a la vida de una gran parte de la clase más ilustrada de Rusia, un cierto carácter peculiar que nosotros, los rusos, sentimos no encontrar en la de igual índole que habita el occidente europeo; él es también, en sus varias manifestaciones, lo que da a muchos de nuestros escritores esa notable sinceridad y esa costumbre de pensar en alta voz que sorprende a los lectores de aquella parte de nuestro continente.
Ante todo, el nihilista declaró la guerra a lo que puede considerarse como las mentiras convencionales de la humanidad civilizada. Una sinceridad absoluta era su rasgo distintivo, y en nombre de ella, renunciaba, y pedía a los demás que lo hicieran también, a esas supersticiones, prejuicios, hábitos y costumbres que su criterio no lograra justificar. El se negaba a inclinarse ante toda autoridad que no fuera la de la razón, y en el análisis de cada institución o hábito social, se rebelaba contra toda clase de sofismas, más o menos enmascarados.
El nihilista rompió, como es natural, con las supersticiones de sus padres, siendo en concepciones filosóficas un positivista, un ateo, un evolucionista spenceriano del materialismo científico; y aun cuando jamás atacaba la sencilla y sincera creencia religiosa, que es una necesidad psicológica de sentir, luchó abiertamente contra la hipocresía, que conduce a las gentes a cubrirse con la máscara de una religión de la que repetidamente se desprenden como de un lastre inútil.
La vida de la sociedad civilizada está llena de pequeñas mentiras convencionales. Personas que se odian mutuamente, al encontrarse en la calle cambian una falsa sonrisa, en tanto que el nihilista sólo demuestra su satisfacción al encontrar a alguien digno de aprecio. Todas estas formas de cumplidos superficiales, que no son más que mera hipocresía, le eran igualmente repulsivas, mostrando cierta aspereza exterior como protesta contra la exagerada cortesía de sus mayores. Los había visto hablar apasionadamente como idealistas sentimentales, y al mismo tiempo conducirse como verdaderos bárbaros con sus esposas, sus hijos y sus siervos; y se declaró en rebeldía contra esa clase de sensiblería que, después de todo, se acomodaba tan fácilmente a las condiciones puramente ideales de la vida rusa. El arte se hallaba envuelto en la misma negación niveladora. Un hablar continuo sobre la hermosura, lo ideal, el arte por el arte, estética y otras cosas por el estilo, de que tanto se hacia gala -mientras que todo objeto artístico se compraba con dinero extraído de los hambrientos agricultores o de los esquilmados obreros, y el llamado culto a la belleza no era sino un antifaz para encubrir la más vulgar disolución-, le inspiraban un gran desprecio, y la critica del arte que Tolstoi, uno de los más grandes artistas del siglo, ha formulado ahora con tanta energía, el nihilista la expresaba en esta terminante afirmación: Un par de botas tiene más importancia que todas vuestras madonnas y todas vuestras disquisiciones sobre Shakespeare. El matrimonio sin amor, la familiaridad sin el afecto, eran igualmente repudiados. La joven nihilista, obligada por sus padres a ser un autómata en una casa de muñecas, y a contraer un enlace de conveniencia, prefería abandonar su hogar y sus trajes de seda, ponerse un vestido de lana negro de la clase más inferior, cortarse el cabello e ir a un instituto, dispuesta a ganar allí su independencia personal. La mujer que había visto que su casamiento no tenía ya el carácter de tal, que ni el amor ni la amistad servían de vinculo a los que legalmente eran considerados como esposos, optaba por romper un lazo que no conservaba ninguno de sus rasgos esenciales. De acuerdo, pues, con estas ideas, se iba frecuentemente con sus hijos a arrostrar la miseria, prefiriendo la pobreza y la soledad a una vida que, bajo condiciones convencionales, hubiera sido una negación completa de sí misma.
El nihilista llevaba su amor a la sinceridad hasta los detalles más minuciosos de la vida corriente, descartando las formas convencionales del lenguaje de sociedad y expresando sus opiniones de un modo claro y preciso, no desprovisto de cierta determinada afectación de rudeza externa.
En lrkutsk acostumbrábamos a frecuentar los bailes semanales que se daban en uno de los casinos. Durante algún tiempo fui concurrente a estas soirées; pero después, teniendo que trabajar, me vi obligado a abandonarlas. Una noche, cuando hacía varias semanas que yo no aparecía por allí, una de las señoras preguntó a un joven amigo mío por qué no asistía yo a sus reuniones: Ahora sale a caballo cuando quiere hacer ejercicio, fue la poco atenta contestación que dio aquél. Pero podría venir y pasar un par de horas con nosotras, aunque no bailase, se aventuró a decir otra de ellas. A lo que replicó mi amigo nihilista: ¿Qué había de hacer aquí, hablar con vosotras de modas y adornos? Ya está cansado de tales simplezas. Pero él va a ver algunas veces a Fulanita, observó tímidamente una de las jóvenes presentes. Si, pero es una muchacha estudiosa -respondió bruscamente él-, y le ayuda a repasar el alemán. Debo agregar que esta manera, indudablemente poco cortés, de conducirse, dio su resultado, porque muchas de las jóvenes de Irkutsk empezaron a acosarnos a mi hermano, a mi amigo y a mi, con preguntas respecto de lo que les aconsejaríamos nosotros que leyeran o estudiaran.
Con la misma franqueza hablaba el nihilista a sus relaciones, diciéndoles que toda su charla compasiva respecto a los pobres, era pura hipocresía, viviendo ellos, como lo hacían, del mal retribuido trabajo de esa misma gente cuya suero te aparentaban lamentar, sentados amigable y cómodamente en sus dorados y lujosos salones. Y con la misma desenvoltura declaraba al alto funcionario que, endiosado en su pomposo cargo, la situación del pueblo le importaba un pito, y que él, como todos los empleados, no era más que un ladrón; y otras verdades de igual calibre.
Con cierta austeridad, reprendía a la mujer que sólo se ocupaba de cosas frívolas, haciendo gala de sus distinguidas maneras y elegantes vestidos, diciendo, sin rodeos, a una joven hermosa: ¿Cómo no os da vergüenza de hablar tales tonterías y de llevar esa trenza de pelo postizo? En la mujer deseaba encontrar una compañera, una personalidad humana -no una muñeca o una esclava de harem-, negándose en absoluto a tomar parte en esos pequeños actos de cortesía que los hombres tanto prodigan a las que luego se complacen en considerar como el sexo débil. Cuando entraba una señora en una habitación, no saltaba el nihilista de su asiento para ofrecérselo, a menos que no pareciera cansada y no hubiera otro desocupado, tratándola como lo haría con un compañero de su mismo sexo; pero si una dama -aun cuando jamás la hubiera conocido- manifestara deseos de aprender algo que ignoraba y que él sabía, iría todas las noches de un extremo a otro de la más populosa ciudad para servirla. El joven que se negaba a moverse para ofrecer una taza de té a una dama, cedía a menudo a la muchacha que llegaba a Moscú o a Petersburgo con deseos de estudiar la única lección que tenía y que le daba el pan cotidiano, diciendo sencillamente: Para un hombre es mucho más fácil que para una mujer. Mi ofrecimiento no es caballeresco, es motivado simplemente por un sentido de igualdad.
Dos grandes novelistas rusos, Turguéniev y Goncharov, han intentado presentar este nuevo tipo en sus novelas; pero el segundo, en Precipicio, tomando como tal uno, Mark Volojov, que, aunque verdadero, no se hallaba dentro de la generalidad de la clase, hizo una caricatura del nihilista, en tanto que el primero, demasiado buen artista y lleno de admiración por el carácter que se proponía describir, para incurrir en tal defecto, no logró, sin embargo, dejarnos satisfechos con su nihilista Bazarov. Lo encontramos muy poco cariñoso, en particular en sus relaciones con sus ancianos padres, y sobre todo le reprochamos el aparentar el olvido de sus deberes de ciudadano. La juventud rusa no podía quedar satisfecha con la actitud puramente negativa del héroe de Turguéniev. El nihilismo, con su afirmación de los derechos del individuo y su condenación de toda hipocresía, no era más que un primer paso hacia un tipo más elevado de hombres y mujeres que, siendo igualmente libres, viven para hacer progresar una gran causa. Los nihilistas de Chernishévski, según se representan en su novela, menos ideal que las mencionadas, ¿Qué ha de hacerse? se acercaban más a la verdad.
¡Qué amargo es el pan que amasan los esclavos! -había dicho nuestro poeta Nekrasov; y la nueva generación se negaba ahora a comer ese pan y disfrutar de las riquezas que habían sido acumuladas en las casas de sus padres por medio del trabajo servil, ya fueran los trabajadores verdaderos siervos, o esclavos del presente estado industrial.
Toda Rusia leyó con asombro en la acusación presentada ante el tribunal contra Karakozov y sus amigos, que estos jóvenes, dueños de considerables fortunas, solían vivir tres o cuatro en la misma habitación, no gastando más que diez rublos cada uno al mes para atender a todas las necesidades, y dando al mismo tiempo cuanto poseían para la fundación de sociedades cooperativas, talleres cooperativos también (donde ellos mismos trabajaban) y otras obras análogas. Cinco años después, millares y millares de la juventud rusa -la flor de la misma- seguían ese ejemplo. Su lema era: ¡Vnaród! (Vayamos al pueblo, unámonos a él). Durante los años comprendidos entre el 60 y el 65, en casi todas las casas de las familias ricas se sostenía una lucha encarnizada entre los padres, empeñados en mantener las viejas tradiciones, y los hijos e hijas que defendían su derecho a disponer de su existencia según sus ideales. Los jóvenes abandonaban el servicio militar, las casas de comercio, las tiendas, y afluían a las ciudades universitarias; las muchachas, criadas en el seno de las familias más aristocráticas, corrían sin recursos a San Petersburgo, Moscú y Kiev, ávidas de aprender una profesión que las librara del yugo doméstico, y tal vez algún día también del posible de un esposo, lo que muchas de ellas consiguieron después de duros y asiduos trabajos. Procurando ahora hacer participe al pueblo de los conocimientos que las emanciparon, en lugar de utilizarlos sólo en provecho propio.
En cada población rusa, en cada barrio de San Petersburgo, se formaron pequeños grupos para el mejoramiento y educación mutua; las obras de los filósofos, los trabajos de los economistas, las investigaciones históricas de la nueva escuela de la historia rusa, eran leídas detenidamente en aquellos círculos, siendo seguida la lectura de discusiones interminables. El objeto de todo aquel batallar no era otro que el de resolver el gran problema que se levantaba ante su vista. ¿De qué modo podrían ser útiles a las masas? llegando gradualmente a la conclusión de que el único medio de conseguirlo era vivir entre el pueblo y participar de su suerte. Los jóvenes fueron a los pueblos como médicos, practicantes, maestros y memorialistas, y aun como agricultores, herreros, leñadores y otras ocupaciones similares, procurando vivir allí en estrecho contacto con los campesinos; ellas, después de haberse examinado de maestras, aprendían el oficio de matronas y se iban a centenares a los pueblos, dedicándose por completo a la parte más pobre de sus habitantes.
Estos muchachos y muchachas no llevaban en su mente ningún ideal de reconstrucción social ni pensaban en la revolución; sólo se preocupaban de enseñar a la masa de los campesinos a leer, e instruirla sobre otros particulares, prestarle asistencia médica y ayudarla por todos los medios posibles a salir de su obscuridad y miseria, aprendiendo al mismo tiempo cuáles eran los ideales populares respecto de una vida social mejor.
Al volver de Suiza hallé este movimiento en todo su apogeo.