miércoles, 30 de septiembre de 2015

EL OTRO YO. Ray Bradbury

No escribo yo...
el otro que hay en mí
pide aflorar constantemente.
Mas si me apresuro a volverme y mirarlo
él vuelve a escabullirse al momento
y al lugar en donde estaba antes
pues sin saberlo entorné la puerta
y lo dejé salir.
A veces un grito encendido lo llama;
comprende que lo necesito,
y yo tambien. Su tarea
será decirme quién soy bajo la máscara.
Él es Fantasma, yo fachada
que oculta la ópera que él escribe con Dios,
en tanto yo, ciego del todo,
espero impávido a que su mente
se me deslice brazo abajo, por
la muñeca, hasta la mano
y las puntas de los dedos
y furtiva encuentre
esas verdades que caen de las lenguas
con sonido quemante,
todo surgido de una sangre secreta
y alma secreta de secreto suelo.
Con alegría
él se asoma a escribir, y luego corre
a esconderse una semana
hasta que reanuda el juego
en el cual yo finjo, diligente,
que no es mi propósito tentarlo.
Pero lo tiento,
mientras simulo mirar hacia otro lado,
para que no se esconda todo el día.
Echo a correr e inicio un juego simple
un salto distraído.
¿Cuál convoca del sueño
la bestia que brilla y acecha?
¿De quién las reservas y el coto de caza?
De mi aliento, mi sangre,
mis nervios.
Pero ¿qué lugar de esa materia
habita él?
¿Dónde está su madriguera?
¿Tras esta oreja de goma?
¿Tras esa oreja de grasa?
¿Dónde cuelga el sombrero
el joven descarriado?
No hay caso. Ermitaño nació
y vive recluido.
Nada que hacer sino
seguir sus triquiñuelas
dejar que corra y cosechar la fama.
En la cual yo pongo el nombre
a una materia que le he birlado,
y todo porque le atraje
con dulces aromas creativos.
¿Escribió R.B. ese poema,
ese diálogo, esa línea?
No: el simio interior, invisible,
fue quien lo instruyó.
Vestido con mi carne,
su alcance es misterioso.
No digan mi nombre.
Elogien a ese otro. 

— Ray Bradbury, Zen en el arte de escribir, trad. Marcelo Cohen (Barcelona: Ediciones Minotauro, 1995) 133-134 pp.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Siete mil millones

Siempre quise ser huérfano
siempre pensé que terminaría viviendo debajo de un puente
en la cárcel
en el psiquiátrico,
haciéndome collares con mis dientes para regalárselos a las hienas
pero ahora, por mucho que las invoco a través del peligro
ya no oigo sus risas de centro de menores.
Siete mil millones de almas bostezando al mismo tiempo
siete mil millones esperando
esperando
esperando
esperando
esperando al mañana que nunca llega y al teléfono que ya no suena.
Viejos con dientes de leche
gordas hermosas golpeándose las carnes delante del espejo
almohadas con lunares rojos de tanto castigarse
niños jugándose las manos en el supermercado
madres endeudadas que ahogarían a sus hijos
para qué,
si la Máquina tiene siete mil millones de sucursales
y la vecina no conoce ni tu historia.
La soga que me ata a la vida la anudó un desconocido
y el caballo que me sostiene también quiere huir
desde que dije mi nombre en voz alta por primera vez.
Vida, llámame como quieras,
yo soy el que tengo que ser
y como Odiseo ningún hombre, nadie,
nadie me volverá a ver.

Texto extraído de http://volianihil.blogspot.cl/2015/09/siete-mil-millones.html

viernes, 25 de septiembre de 2015

25 de septiembre, Alejandra Pizarnik

Hoy, 25 de septiembre, se cumple un nuevo aniversario de la muerte de Alejandra Pizarnik.
Tenía 36 años. Era lunes en 1972. Era un tarro naranjado, decía Seconal en el papel blanco que tenía adherido, un barbitúrico que deprime la actividad cerebral y se usa en el tratamiento de la angustia y la ansiedad, inhibe el sistema nervioso. Tomó 50 pastillas el 25 de septiembre después de un fin de semana en el que había salido con permiso del hospital psiquiátrico de Buenos Aires, donde se hallaba internada a consecuencia de su cuadro depresivo y tras dos intentos de suicidio.
La muerte se le fue imponiendo como vía de superación de la miseria de existir. Ella fue su poesía.