martes, 23 de diciembre de 2014

Conversaciones con Cioran: Insomnio

En el fondo, como no dormía durante la noche, no servía para nada durante el día, no podía ejercer una profesión. Después de haber pasado toda la noche en vela, no se puede hacer el payaso durante el día, ni hablar de cosas que no te interesan. Creo que no está del todo mal padecer insomnio, porque te abre los ojos. El insomnio te coloca fuera de la esfera de los vivos, de la humanidad. Estás excluido. Y la vida sólo es posible mediante la discontinuidad. Por eso soporta la gente la vida, gracias a la discontinuidad que da el sueño. La desaparición del sueño crea como una continuidad funesta. Cuando estás en vela, estás solo… ¿con quién? Con nadie. Estás solo con la idea de la Nada. Pero resulta una evidencia, lo sientes casi físicamente y todas las cosas que eran sólo conceptos se convierten en realidades vivas. ¿Qué sentido tiene ese paso del tiempo? Tú estás ahí, todo el mundo ronca, el universo ronca y tú eres el único que está en vela. Sí, el insomnio es en verdad el momento en que estástotalmente solo en el universo.Totalmente.

En las noches blancas es en las que se crea… No sólo eso, sino que, además, comprende uno, sobre todo. Mire, la vida es muy sencilla: la gente se levanta, pasa la jornada, trabaja, se cansa, después se acuesta, se despierta y vuelve a empezar otra jornada. El extraordinario fenómeno del insomnio hace que no haya discontinuidad. El sueño interrumpe un proceso. Pero el insomne está lúcido en plena noche, en cualquier momento, no hay diferencia entre el día y la noche. Es como un tiempo interminable. El insomne vive en otra temporalidad; es otro tiempo y otro mundo, ya que la vida es soportable sólo gracias a la discontinuidad. En el fondo, ¿para qué dormimos? No tanto para descansar cuanto para olvidar. El tipo que se levanta por la mañana después de una noche de sueño tiene la ilusión de comenzar algo. Pero, si velas toda la noche, no empiezas nada. A las ocho de la mañana estás en el mismo estado que a las ocho de la noche y toda la perspectiva sobre las cosas cambia necesariamente. Me parece que, si nunca he creído en el progreso, si nunca me he dejado engañar por esa estafa, ha sido también por eso. No es el tiempo que pasa, es el tiempo que no pasa. Y eso cambia nuestra vida. La vida sólo es soportable si no estamos conscientes de cada momento que pasa; de lo contrario, estamos perdidos.

domingo, 21 de diciembre de 2014

LA MILLONÉSIMA DIFERENCIAL. Milan Kundera



No está obsesionado por las mujeres, está obsesionado por lo que hay en cada una de ellas de inimaginable, en otras palabras, está obsesionado por esa millonésima diferencial que distingue a una mujer de las demás mujeres. (Posiblemente aquí conectaba su pasión de cirujano con su pasión de mujeriego. No soltaba el escalpelo ni cuando estaba con sus amantes. Deseaba apoderarse de algo que estaba en lo profundo de ellas y para lo cual era necesario hender su superficie.)
     Por supuesto podemos preguntarnos, con toda razón, por qué buscaba esa millonésima diferencial precisamente en el sexo. ¿Es que no podía encontrarla, por ejemplo, en la forma de andar, en los placeres culinarios o en las preferencias artísticas de tal o cual mujer?
     Por supuesto, la millonésima diferencial está presente en todos los campos de la vida humana, sólo que en todos los demás está a los ojos del público, no es necesario descubrirla, no hace falta el escalpelo. El que una mujer prefiera el queso a las tartas y otra no soporte la coliflor es también un síntoma de originalidad, pero esa originalidad nos convence inmediatamente de que es completamente superflua, inútil, y de que no tiene sentido dedicarle nuestra atención ni buscar en ella valor alguno.
     Únicamente en la sexualidad la millonésima diferencial aparece como algo extraordinario, porque no está al alcance del público y es necesario conquistarla. No hace más de medio siglo era necesario dedicar a semejante conquista mucho tiempo (¡semanas y hasta meses!), de modo que el período dedicado a la conquista era la medida del valor de lo conquistado. Y aún hoy, aunque la época de conquista se ha reducido enormemente, la sexualidad sigue siendo la caja de caudales en la que está oculto el secreto del yo de la mujer.
     De modo que no era el deseo de placer (el placer llegaba como un premio, por añadidura), sino el deseo de apoderarse del mundo (de hendir con el escalpelo el cuerpo yacente del mundo) lo que le hacía ir tras las mujeres. 

— Milan Kundera, La insoportable levedad del ser. Trad. Fernando Valenzuela. Tusquets: México, 2008., pp. 209-210

EL COMUNISMO. Samuel Beckett


Un día asistí a una escena extraña. Normalmente no veía gran cosa. No oía gran cosa tampoco. No me fijaba. En el fondo no estaba allí. En el fondo creo que no he estado nunca en ninguna parte. Pero ese día debí volver. Desde hacía ya algún tiempo me incordiaba un ruido. No buscaba la causa, porque me decía, Va a cesar. Pero como no cesaba no tuve más remedio que buscar la causa. Era un hombre subido al techo de un automóvil, arengando a los transeúntes. Al menos fue así como entendí la cosa. Berreaba tan fuerte que retazos de su discurso llegaban hasta mí. Unión... hermanos... Marx... capital... bistec... amor. No entendía nada. El coche se había detenido junto a la acera, ante mí, yo veía al orador de espaldas. De repente se volvió y me cuestionó. Mirad ese pingajo, dijo, ese desecho. Si no se pone a cuatro patas es porque teme la perrera. Viejo, piojoso, podrido, al cubo de la basura. Y hay miles como él, peores que él, diez mil, veinte mil —Una voz, Treinta mil. El orador continuó, Todos los días pasan delante de vosotros y cuando habéis ganado a las carreras soltáis vuestro tributo. ¿Os dais cuenta? La voz, No. Claro que no, continuó el orador, eso forma parte del decorado. Un penique, dos peniques—. La voz, Tres peniques. No se os ocurre nunca pensar, continuó el orador, que tenéis enfrente la esclavitud, el embrutecimiento, el asesinato organizado, que consagráis con vuestros sobresueldos criminales. Mirad este torturado, este pellejo. Me diréis que es culpa suya. Preguntadle a ver si es culpa suya. La voz Pregúntaselo tú. Entonces se inclinó hacia mí y me apostrofó. Yo había perfeccionado mi tablilla. Consistía ahora en dos trozos unidos por bisagras, lo que me permitía, una vez acabado el trabajo, plegarla y llevarla bajo el brazo, me gustaba hacer chapucillas. Me quité el trapo, me metí en el bolsillo las escasas monedas que había ganado, desaté los cordones de mi tablilla la plegué y me la puse bajo el brazo. ¡Pero habla, pedazo de inmolado! vociferó el orador. Después me fui, aunque fuera aún de día. Pero en general la esquina era tranquila, animada sin ser bulliciosa, próspera y conveniente. Aquél debía ser un fanático religioso, no encontraba otra explicación. Se había quizás escapado de la jaula. Tenía una cara simpática, un poco coloradota.

— Samuel Beckett, Relatos. Tradu. Félix de Azúa, Ana María Moix y Jenaro Talens. Tusquets: México, 2009., pp. 75-76