sábado, 13 de junio de 2015

SOS: cómo vivir en un mundo vacío de sentido

Antes que nada: es imposible vivir en un mundo vacío de sentido. Por ende lo que estoy haciendo aquí, de entrada, es venderles pescado podrido. O no. Pensemos en lo que significa la palabra “mundo”. Podemos imaginarnos al globo terráqueo, al planeta tierra, a la totalidad de las naciones, a Mundo Marino, a mi propio mundo privado. Como la mayoría de los términos relevantes con los que nos manejamos, el vocablo “mundo” puede adquirir una multiplicidad de sentidos capaces de convivir en un mismo espacio lingüístico con la mayor de las comodidades. “Mundo” es una palabra tan importante como lo son “Dios”, “Alma” y “Libertad”. Para Kant estas Ideas, como él las llama, poseen una importancia infinita en lo que refiere a nuestra experiencia, incluso a la más cruda. Ellas encierran en sí mismas multiplicidades de experiencias finitas y las totalizan: función primordial para que nuestra experiencia pueda ser comprendida desde un punto de vista general y no disolverse en acontecimientos parciales e inconexos. En esta dirección, no es tan relevante que exista de modo concreto algo así como Dios, el alma, un mundo o la mismísima libertad, sino que estas Ideas funcionan muy bien simplemente como ficciones heurísticas, esto es, conceptos útiles mediante los cuales podemos ordenar aquello que acontece y darle un sentido ficticio pero total (piensen en lo cerca que estaba Kant de Nietzsche en este planteo, y no lo olviden cuando alguien critique desde el postmodernismo al Gran Filósofo de Königsberg).
Vivir en un mundo vacío de sentido es un oxímoron porque una de las acepciones de la idea de mundo, quizás la más importante, es la de red de sentidos. Superadas las filosofías que hablan de una distancia tajante entre sujeto y objeto, los filósofos han comprendido al existente humano y al mundo como parte de un mismo término: el mundo es nuestra propia red de sentidos que nos constituye en relación con los otros. Creamos, manipulamos y compartimos sentidos. El mundo no es una entidad que nos precede o que se nos agrega: es algo que construimos como comunidad de seres. Pero entonces, ¿qué es lo que nos lleva a sentir el vacío de sentido? Como seres humanos nunca nos hemos encontrado ajenos a un sentimiento tal. Nos puede suceder ante la pérdida de algo o alguien importante, ante la falta de esperanza, ante el aburrimiento, la nostalgia, la melancolía, la angustia, la desesperación. Y esto se da así básicamente porque la palabra “sentido” también se dice de muchas maneras. Ese es el flagelo de vivir atravesados por el lenguaje (¡un conjunto de sentidos!). La plenitud y la falta de sentido conviven en nosotros de forma tensa, como en el arco y la lira, diría Heráclito.
Me gusta pensar que la falta de sentido que experimentamos tiene que ver con el desencantamiento que han padecido esas ideas regulativas de las que hablaba Kant. Una vez que la humanidad le ha quitado todo su valor, que ha exprimido hasta anquiliar las nociones de alma, Dios y libertad, nuestra experiencia ha quedado casi por completo suelta. Y digo casi porque hay una idea en la que todavía, creo, confiamos: la idea de mundo. Por eso, quizás, la mejor forma de vivir en un mundo que se experimenta como vacío de sentido es recordar que ese mundo al que estamos mentando es uno que construimos segundo a segundo en comunidad de seres. Por ello tal vez sea necesario recordarnos que esa carencia de sentido que vivenciamos de tanto en tanto sólo la podemos apaciguar teniendo en cuenta que dicho sentido no viene de ningún lugar ininteligible ni se va hacia quién sabe dónde, sino que se genera con el otro. Es en él donde la esperanza de la plenitud de sentido todavía resiste.
Texto de D publicado en https://esrevista.wordpress.com/

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