martes, 29 de julio de 2014

Lunas de júpiter

Se subieron al camión dos chicos de no más de 17, olían a cigarro y odiaban al mundo (un poco menos que yo, claro). Uno de ellos traía un playera que avisaba al mundo que ellos son el futuro (we are the future) y es probable que sea verdad. Esta certeza decepciona, por cualquier lado que intente verse.
Yo también fui el futuro, pero sólo lo fui una vez en la vida y desde entonces nunca más. Diez años después de ese momento reencontré a la gente que pensó en mí como el futuro, y todos quedaron decepcionados de lo que yo había resultado ser. No cumplí con lo que se auguraba, no era una promesa con miras a la grandeza, ni siquiera era un presente decente, interesante de ver, aunque sea un poco; me había (me he) quedado en la periferia de ese tiempo guión triunfo, envejezco, sí, pero no soy ni seré realmente nada.
Ellos vieron futuro en mí porque me creyeron inteligente, todo fue un engaño que ellos no supieron leer. En defensa de mi yo de ese entonces, no lo hice a propósito, simplemente parecía que sabía lo que decía y hacía. Supongo que aún ahora lo parece.
La anécdota que ejemplifica todo es bastante sencilla:
Eramos niños (10 o 11 tal vez) y llevaron a todo el grupo a algún museo y mientras esperábamos entrar, formados en una línea interminable, lo guías nos empezaron a hacer preguntas para matar tiempo. Yo estaba hasta el final porque no me gustaba correr a ningún lado. Casi al principio de la fila estaba el otro niño inteligente del salón y los guías le preguntaron algo difícil para probarlo (¿la distancia al sol? ¿cuál es el planeta más lejano? ¿a qué velocidad viaja la luz? algo así) y él contestó correctamente porque su madre lo ponía a estudiar cosas innecesarias todo el tiempo.
Los guías quedaron impresionados y lo felicitaron, mientras que los demás niños les decían que yo era aún más inteligente, que seguro también sabía. Ellos vinieron atrás a preguntarme lo mismo y yo también acerté, no porque supiera la velocidad de la luz, el tamaño del sol o los nombres de las lunas de júpiter, sino porque, sin que nadie se diera cuenta, lo había escuchado.
También se sorprendieron, también me felicitaron y los niños se ufanaron de que fuéramos tan inteligentes y estuviéramos con ellos. A mí me dio igual, pero desde ahí supe que podía hacer eso y salirme con la mía; ya sabía que no es que fuera particularmente inteligente, sino que podía hacer creer que sabía de lo que hablaba y así ha sido desde entonces.
Pero claro, ni en ese momento ni ahora, he tenido idea de nada, aunque cada vez me angustia un poco más que no se den cuenta de que no sé nunca de lo que hablo. Si aquella vez ellos se decepcionaron fue su culpa, yo nunca prometí futuros brillantes.

http://hombrecactus.wordpress.com

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