No hay nada como un viaje inesperado. No planeado.
No hay nada como salir de la oficina, un sábado por la tarde, y dejar que el carro lo lleve a uno a donde a él quiera. Sin pretensiones de nada. Sin miedo.
Siempre quise hacer eso. En mi propio carro. Huir de todo por una vez en la vida. Un breve simulacro de huida porque, al fin de cuentas, siempre hay que regresar.
Antes lo hice. Viajaba solo. A pie. La mayoría de las veces lo hacía dentro de la ciudad. Mis pies me llevaban. Sin ningún rumbo. A mi me gustaba perderme (No había mejor manera de encontrarse) Hasta que un día, un amanecer tremendo luego de una noche de juerga (cartas, tango y cigarrillos) salí de la ciudad. Salí a caminar a un pueblo cercano (El Retiro. Nombre interesante) No había dormido nada en toda la noche. Pero esa mañana era una invitación que no podía perder.
Fue una gran experiencia. No hay nada como saberse solo. Porque si. Porque me importa un bledo lo que muchos ridículos digan: “estás loco”. La estupidez de muchos consiste en no saber estar solos. En tenerle pavor a su propia soledad.
A mi la soledad me cura. Me desintoxica del trajín cotidiano.
No hay nada como saberse extranjero en tierras desconocidas. No importa qué tan lejos estén. Uno siempre es extranjero allí donde nunca se ha atrevido. Y a mi realmente me cuesta muy poco atreverme a ser en otras tierras. En otras circunstancias.
Esta vez era diferente. Ya no contaba solamente con mis pies y mi voluntad. Tenía mi carro, y podía ir donde el camino me llevara.
Me dejé llevar por el impulso.
En la autopista, ni siquiera sabía donde iba a parar. Me detuve en Caldas un rato. Incluso me perdí. Y me gustó. Porque los ojos se acostumbran demasiado a los mismos paisajes, y uno muere un poco detrás de la rutina.
Seguí el camino hacia el sur (siempre hacia el sur. Yo mismo no entiendo esa obsesión. No sé de donde viene) Creí que iba a terminar tomándome un café en el alto de Minas, pero por cosas de la vida perdí la ruta (en una Y del camino) y terminé en otro lugar.
Los avisos decían que me encontraba en la carretera hacia Amagá, y fue mucho mejor aún. El otro camino ya lo había visto antes. Éste no.
De modo que seguí. Y vi cosas tremendas. Sencillas. Una mina de carbón al lado de la carretera. Montañas llenas de niebla y bosques. Un atardecer asombroso.
No hay nada como viajar porque si. Aún si suena a comercial de camionetas. O a quién sabe qué demonios. Pero me importa un bledo.
No hay nada como ser en la carretera. Ese otro que ya no es uno sino una simple línea de fuga. Un devenir extranjero.
Siempre quise hacer eso. En mi propio carro. Porque si. Y no me importa regresar. El que regresa es otro. No es uno mismo el que vuelve.
Ningún viaje de esta naturaleza es realmente viaje sin el regreso. Como un Ulises miniatura. Un Odiseo de oficina. No me importa.
He visto cosas que otros ojos no creerían.
Texto extraído de : http://breviariodelosvencidos.tumblr.com/page/4
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