A mi anatema, la que no sé
dónde habita, pero está. Yo sé que está,
Conmigo a cada instante,
quemándome por dentro, devorándome paulatinamente; cataclismos interiores,
siento explotar…
Pero no ocurre nada, no sucede nada de lo que
he dicho anteriormente, es mi Mente la que me engaña, a la que tengo que
servir, es ella mi amo, es la voz, son los azotes del Jesucristo; cargo mi
mente como el Hijo del Hombre cargó la cruz en el Monte del Sión.
Me pregunta que para qué
estoy escribiendo este mamotreto, que a quién quiero engañar, que yo no poseo
dicha facultad, de engañar, me dice que solo ella puede engañar, engañarme,
engañarse…
Comienza de nuevo, ¿hasta
cuándo perdura todo este espectáculo? Responde ella misma. Sí, lo tengo, hallé
la finalidad, esto es todo un asunto de retórica entre ella y ella, ya yo no
pertenezco a este enredo tormentoso.
(No se termina)
Tal vez es el castigo que
merezco.
Ser esclavo de sí. No,
exiliado de sí. Eso era. Eso era lo que realmente quería decir yo,
pero en lo profundo, en lo
más hondo, ella me habla, ella grita que realmente quería decir otra cosa…
Quería hablar de mis odios congelados, más bien encarcelados,
dentro de ella. Quería
hablarme de un pasado, quería involucrarme en aquel pasado; un pasado que me
condena desde todas sus esquinas. Quería, también, que escuchara; que volviera
a escuchar, que recordara los zumbidos de las balas. Pero no oigo nada. Solo
ella los escucha, yo estoy petrificado. Por ella. En mis recuerdos, sus
recuerdos.
De la furia vengo, voy, fui, y
volví
De la furia de los disfraces,
esos que disfrazan el dolor, la tristeza y el sollozo
¿De qué manera me exigen? ¿Por
qué me obligan, a estar arrodillado llorando y escribiendo?
Es mi Mente; la que no sé si
realmente existe, pero está.
La compañía ininterumpida, mi
maldición, mi mente, sí, la que no olvida ni recuerda nada. Y continúa; al
final del túnel, o casi al final, el monstruo me susurra al oído “Tú y yo somos
uno”.
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