María yace en la cama
-un triste camastro viejo-
y sus ojos ya se niegan
a dejar volar los sueños.
A menudo, por las noches
mientras reposa su cuerpo,
María se va volando
por la ventana del viento…
para imaginar un cuento…
para que nunca el dolor
siga azotando sus huesos.
María sueña despierta
con un vestido de flecos
y en vez de estar en el campo
se ve de pronto en el pueblo
riendo con otras niñas
peinado su pelo crespo
dando vueltas por la plaza
para ver a su moreno…
Pero nada modifica
ese destino tan cruento
mañana hay que trabajar
sin quejas y sin remedio
aunque no aguante su cuerpo
aunque el dolor la torture
y la envuelva siempre el miedo
que a la noche su padrastro
regrese de nuevo ebrio
e intente como otras veces
manosear su flaco cuerpo.
María trabaja duro
lava, limpia, con esmero
la casa de sus patrones
desde aquel día de duelo
en que su madre al parir
se fue derechito al cielo.
Ahí quedaban sus hermanos
los tres eran muy pequeños
María dejó la escuela
pues debió encargarse de ellos
Pero no fue suficiente
También la casa del dueño
le tocaba refregar
para pagar su sustento.
Y allí , entonces, sin su mama
se convirtieron en huecos
los sueños que cobijaba
de ser como su maestro,
de estudiar hasta que un día
pueda mostrar su cuaderno
orgullosa de leer
y capaz, escribir versos…
María siente sus párpados,
que el cansancio vuelve quietos,
como se van deslizando
junto con todos sus sueños.
Y piensa porque la muerte
acortó cruel a su tiempo…
porqué con sus quince años
-si dicen que Dios es bueno-
le tocaba este castigo
que quemaba como el fuego.
Afuera ya está lloviendo
resuena fuerte algún trueno,
y María se adormece
en un espacio que es tenso .
La tristeza ya se adueña
de sus tristes pensamientos
porque a tantas ilusiones
las borró un presente huero.
Un presente sin futuro,
sin estudio, sin moreno
que entre sus brazos la apriete
y le otorgue su consuelo.
Sus hermanitos dormidos
y María, como un ciego,
va palpando ese dolor
que ya no tiene remedio.
Yoli Rotenberg