Poema de una tarde de domingo
Empiezo a acostumbrarme a la agonía.
Respiro,
camino,
existo,
coexisto.
Las horas deslizan como sombras
en la extensión del día
—de los días—.
Y la muerte me mira
desde los espejos.
Y las estatuas arden bajo el calor del sol.
Y ya no hay esperanza para algunos
que bajaron sus armas
ante el grito del mundo,
de la vida.
Hay un ciento de voces
dentro de mi cabeza
que intentan darme luz.
Mi propia libertad
a terminado
por encarcelarme.
No puedo ver el tunel.
Soy un ciego.
Y siento que hay algunas compañías
que nos hacen sentir
mucho más solos.
Que me pica el recuerdo
en ese punto exacto
donde en algún momento
tuvo cupo el olvido.
Que la paz es un sitio
que no nos pertenece
y el amor
una guerra
que nunca se termina.
Que siempre se me olvida
como demonios ser,
porque yo soy el pájaro,
y a la vez
soy
la jaula.
—Diego A Martínez.
Empiezo a acostumbrarme a la agonía.
Respiro,
camino,
existo,
coexisto.
Las horas deslizan como sombras
en la extensión del día
—de los días—.
Y la muerte me mira
desde los espejos.
Y las estatuas arden bajo el calor del sol.
Y ya no hay esperanza para algunos
que bajaron sus armas
ante el grito del mundo,
de la vida.
Hay un ciento de voces
dentro de mi cabeza
que intentan darme luz.
Mi propia libertad
a terminado
por encarcelarme.
No puedo ver el tunel.
Soy un ciego.
Y siento que hay algunas compañías
que nos hacen sentir
mucho más solos.
Que me pica el recuerdo
en ese punto exacto
donde en algún momento
tuvo cupo el olvido.
Que la paz es un sitio
que no nos pertenece
y el amor
una guerra
que nunca se termina.
Que siempre se me olvida
como demonios ser,
porque yo soy el pájaro,
y a la vez
soy
la jaula.
—Diego A Martínez.
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