Las miradas lindas de mi gente negra sin sonrisa
las papelinas que adornan aceras,
y esos ojitos tristes, bellos, sin rumbo…
de por aquí y de por allá, y de ninguna parte;
y esas criaturas que se dirigen con ímpetu,
a lugares que odian
transeúntes desesperados que oscilan entre la esclavitud y
el hastío,
todas las mañanas lo mismo
el círculo vicioso de la miseria.
Repudio al trabajo asalariado, jerarquía manchada de
inmundicia
cianuro al empresario, a ese que creciste viendo explotar tu
madre.
Alejémonos de lo putrefacto y acerquémonos a lo maravilloso
a las lunas de fuego
a los lobos aullando a la muerte
a la sangre de hielo que congeló mi corazón
a los pétalos secos en novelas de amor
a los que lloran porque no pueden volar
a los que quieren explotar
a los desheredados, a los desequilibrados, a los publicanos
y a los anatemas
a Lautréamont y Donatien
a Pizarnik y Storni
a Rimbaud y Baudelaire.
Y me pierdo, y regreso; de donde nunca he ido, de donde
nunca iré, de donde nunca debí ir.
¿Qué pasa allá afuera?
¿Cuántas velitas se apagan?
¡No se apagan solas!
La comparsa de odio que transita libremente por las calles
del barrio.
Y cuando suenan sus tambores, vidas son delegadas a lo
inorgánico.
Como la serpiente, astutos todos.
Ya no hay códigos (Si es que quizá los hubo)
Todos contra todos.
Eso es lo que algunos no saben, que solo cuentan consigo mismos
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