"Lo pretérito encerrado en la trastienda de tus ojos; dame doble ración de olvido y de miseria, para llevar, siempre. Hemos llegado aquí porque la policía fue más lenta, porque la sangre ardía y el corazón siempre estuvo al tanto del ritmo de las aceras. ¿No te acuerdas? No, no te acuerdas porque tú no estabas. O si estabas, pero corrías más deprisa. Que tiempos aquellos tan confusos, tan desordenados que no tienen espacio en la cronología; que tiempos tan cercanos, pero tan enterrados que quizás no fueron. O sí, ya no estoy seguro. Entonces era inflamable la basura y los vidrios volátiles como ginebra derramada al sol del verano, era rauda la pintura y la cola se extendía sobre verdades dolorosas y epitafios en carne viva. ¿De verdad no lo recuerdas? Sí lo recuerdas, aunque ya no quieras. Las noches eran eternas y, como lobos, caminábamos bajo la luna, aullando en silencio al azul de una luna muerta a ras de suelo. Hijos adoptivos del humo negro y de las gargantas ardientes, de los pechos azotados por la huida; éramos lo que queríamos ser, aspirantes a la nada, opositando a una plaza fija en la Finca de Tabladiello. Y sí que te acuerdas.
Aprendimos la rebeldía tan pronto, que la aprendimos bien. Que al animal que no ha sido domado no le da comodidad cambiar de amos, que no era cambiar de Fe lo que mataba a los dioses. Pronto se quedaron cortas las cadenas, pronto para tanta ansia de vida; no podías acariciar la libertad sentado en un pupitre, ni ser pupilo de la mediocridad de mentes de plomo. Si alguna vez hincamos la rodilla, fue para encajar los golpes, para elevarnos otra vez a recoger el siguiente, para encender el odio en las tripas y aplacarlo con lágrimas más tarde. No hubo jamás golpe más doloroso que el engaño y era engaño lo que habitaba en las palabras, por eso nos quedamos en silencio y aguardamos nuestro turno, primero esperanzados, más tarde coléricos y ahora ahogados entre suspiros, más rabiosos que todas las iras sintéticas de la era del marketing. Y lo recuerdas, porque eso no se olvida. Y con los años, mientras el tiempo nos consume, todos los agravios se van atrincherando en las arrugas, las humillaciones van mellando la sonrisa y la ira va abriendo camino a la tristeza. Triste vereda. Ya no hay vaso tan profundo para ahogar la pena, no hay quien ilumine estos párpados cerrados, que contienen los abismos, que ya lo han visto todo varias veces.
Las incógnitas fueron despejadas, pero no quisimos hacer nada, anhelamos volar muchas veces, pero nos parapetamos tras la cama y, ahora, entre mandíbulas confusas y bocas secas, entre huesos polvorientos y hojas de tinta difuminada; con barriles de pólvora apelmazada, armas roñosas y espadas estragadas; ahora... hablamos sin guardar una palabra, cada texto es una nota de suicidio porque no hay mañana. Hemos enterrado las armas, pero sabemos dónde, hemos ignorado todos los avisos y habitamos al margen, en la sombra. No hemos aprendido, porque sabíamos que la victoria era ser nosotros, por encima de cualquier cosa. La letra no entró con sangre, pero con sangre sale; salvaje. Cuando vengan a ponernos el yugo, se llevarán una sorpresa, como en los viejos tiempos. Sé que no lo has olvidado..."
Aprendimos la rebeldía tan pronto, que la aprendimos bien. Que al animal que no ha sido domado no le da comodidad cambiar de amos, que no era cambiar de Fe lo que mataba a los dioses. Pronto se quedaron cortas las cadenas, pronto para tanta ansia de vida; no podías acariciar la libertad sentado en un pupitre, ni ser pupilo de la mediocridad de mentes de plomo. Si alguna vez hincamos la rodilla, fue para encajar los golpes, para elevarnos otra vez a recoger el siguiente, para encender el odio en las tripas y aplacarlo con lágrimas más tarde. No hubo jamás golpe más doloroso que el engaño y era engaño lo que habitaba en las palabras, por eso nos quedamos en silencio y aguardamos nuestro turno, primero esperanzados, más tarde coléricos y ahora ahogados entre suspiros, más rabiosos que todas las iras sintéticas de la era del marketing. Y lo recuerdas, porque eso no se olvida. Y con los años, mientras el tiempo nos consume, todos los agravios se van atrincherando en las arrugas, las humillaciones van mellando la sonrisa y la ira va abriendo camino a la tristeza. Triste vereda. Ya no hay vaso tan profundo para ahogar la pena, no hay quien ilumine estos párpados cerrados, que contienen los abismos, que ya lo han visto todo varias veces.
Las incógnitas fueron despejadas, pero no quisimos hacer nada, anhelamos volar muchas veces, pero nos parapetamos tras la cama y, ahora, entre mandíbulas confusas y bocas secas, entre huesos polvorientos y hojas de tinta difuminada; con barriles de pólvora apelmazada, armas roñosas y espadas estragadas; ahora... hablamos sin guardar una palabra, cada texto es una nota de suicidio porque no hay mañana. Hemos enterrado las armas, pero sabemos dónde, hemos ignorado todos los avisos y habitamos al margen, en la sombra. No hemos aprendido, porque sabíamos que la victoria era ser nosotros, por encima de cualquier cosa. La letra no entró con sangre, pero con sangre sale; salvaje. Cuando vengan a ponernos el yugo, se llevarán una sorpresa, como en los viejos tiempos. Sé que no lo has olvidado..."
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