(O de cuando se notaban aún más mis plagios a E. M. Cioran)
El hombre se ha malgastado el tiempo pariendo ilusiones tras ilusiones, hologramas ridículos, ensayos de la esperanza. Pero la esperanza es una máscara que usa el rico para explorar al pobre, es parte del discurso que perpetúa la desigualdad social. Parece que el discurso hegeliano nos ha llevado en el rumbo de “saber es poder”, y el saber actualmente ha quedado muy alejado del viejo “conócete a ti mismo”, para convertirse en un “conoce las debilidades ajenas para que las puedas explotar a tu conveniencia”. La ética indiferentemente pragmática se ha instaurado en la médula de la sociedad actual -creando una metástasis del discurso de poder hasta la ética.
La esperanza es una debilidad. La esperanza se instaura en el marco teórico de lo Posible, pero sabemos que el futuro ha quedado hecho cenizas desde el siglo XVIII. Lo que más ha dañado a la humanidad (lejos de la alienación espiritual del medievo) ha sido la vanidad exacerbadamente racional del siglo de las luces. Si la fe tergiversada acabó en alienación espiritual, la razón ha terminado en ser alienación mental. La ilustración proyectó sobre el mundo una película de estúpida vanidad y auto-complacencia humana. ¿Cómo el hombre, error cósmico por excelencia, se puede creer dueño causal del devenir de este Universo?
Lo Posible ha quedado roto; el futuro que nos vende el discurso de poder como fuego vivo, como fogata que reconfortará el frío de nuestra alma, no es más que ceniza que nos dejará aún más helada la sangre anímica. El trabajo con futuro es sólo trabajo, no hay futuro. Nadie puede garantizar nada. Si los cerdos capitalistas se ponen a sudar frío, es porque saben que hoy ni el dinero compra el futuro.
El hombre, empero, sigue pariendo ilusiones: religiones, teorías políticas, medios de comunicación -verborrea-, escuelas, trabajos, manicomios, carreras, prisiones… Todo se aglomera en un solo neurisma en el corazón de esta sociedad.
Estamos en la antesala del infarto apocalíptico y lo que más asco me da es pensar que dormidos y despiertos iremos en una misma caja de muerto. Cada ilusión que el hombre cultiva y que eleva al rango de absoluto es otro clavo en el ataúd que se está confeccionando a sí mismo.
Estamos otros, sin embargo, que, aunque también cadáveres virtuales, hemos visto el fondo esencial de las cosas. Tenemos una conciencia de la muerte (un instinto de vida) que nos martillea y a la cual le rezamos aunque sea a veces maldiciéndola. El universo entero es, lo digo, una ilusión pariéndose a sí misma instante tras instante.
La esperanza es una debilidad. La esperanza se instaura en el marco teórico de lo Posible, pero sabemos que el futuro ha quedado hecho cenizas desde el siglo XVIII. Lo que más ha dañado a la humanidad (lejos de la alienación espiritual del medievo) ha sido la vanidad exacerbadamente racional del siglo de las luces. Si la fe tergiversada acabó en alienación espiritual, la razón ha terminado en ser alienación mental. La ilustración proyectó sobre el mundo una película de estúpida vanidad y auto-complacencia humana. ¿Cómo el hombre, error cósmico por excelencia, se puede creer dueño causal del devenir de este Universo?
Lo Posible ha quedado roto; el futuro que nos vende el discurso de poder como fuego vivo, como fogata que reconfortará el frío de nuestra alma, no es más que ceniza que nos dejará aún más helada la sangre anímica. El trabajo con futuro es sólo trabajo, no hay futuro. Nadie puede garantizar nada. Si los cerdos capitalistas se ponen a sudar frío, es porque saben que hoy ni el dinero compra el futuro.
El hombre, empero, sigue pariendo ilusiones: religiones, teorías políticas, medios de comunicación -verborrea-, escuelas, trabajos, manicomios, carreras, prisiones… Todo se aglomera en un solo neurisma en el corazón de esta sociedad.
Estamos en la antesala del infarto apocalíptico y lo que más asco me da es pensar que dormidos y despiertos iremos en una misma caja de muerto. Cada ilusión que el hombre cultiva y que eleva al rango de absoluto es otro clavo en el ataúd que se está confeccionando a sí mismo.
Estamos otros, sin embargo, que, aunque también cadáveres virtuales, hemos visto el fondo esencial de las cosas. Tenemos una conciencia de la muerte (un instinto de vida) que nos martillea y a la cual le rezamos aunque sea a veces maldiciéndola. El universo entero es, lo digo, una ilusión pariéndose a sí misma instante tras instante.
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El hombre es una rata en el laboratorio de su propia mente. La antropología ha fallado dentro de su propio proceso por tratar de ver al “hombre puro”, es decir, son la contaminación de la experiencia. Podemos pensar en un farmacólogo que crea una medicina funcional dentro de un laboratorio previamente esterilizado, pero al salir al mercado la medicina no funciona. ¿Qué pasó? La respuesta es simple, el golpe del mundo real ha devastado aquello que era puro. El fracaso de la antropología es de la misma índole: en el mundo real no funciona. La realidad la noquea. Pienso, por ejemplo, en el sujeto trascendental de Kant.
Pienso en quienes han dicho que el hombre es un “animal racional” en donde, arrogantemente, se toma racional como sinónimo de inteligencia. Lo cual es erróneo. El proyecto de la racionalidad se ha ido al caño que es el lugar del que nunca debió salir. El hombre no es ni siquiera un animal. El animal es un demiurgo que nos conecta con lo divino; ergo, no todos tienen acceso a ese estado extático. El poeta es precisamente poeta porque acepta su animalidad y respeta a los animales: tiene una ética divina que no se fundamenta, sin embargo, en lo trascendente sino en una inmanencia de experiencia fragmentaria, reconoce solamente la verdad del instante, y en ese movimiento dialéctico niega la historia, el pasado y, a la vez, niega el futuro, el porvenir. El poeta sólo vive lo infinito del instante, no le interesa vivir más allá de la muerte, sino (como a toda persona lúcida) más acá de la muerte o en sus límites mismos.
Hay ratas en laboratorio, por eso puse de ejemplo a la rata de laboratorio con respecto a la antropología. Lo cierto es que la rata es un animal muy importante mitológicamente. No pretendo ofender a las ratas comparándolas con el hombre. El hombre no es ni siquiera un animal, es un insecto. Entonces propongo cambiar el término antropología por entomología. Los seres humanos son cucarachas vecinas de cucarachas en edificios de papel, con pensamientos limitados, con sólo algunas neuronas funcionales. Cucarachas aglomeradas en un montón de mierda.
Pienso en quienes han dicho que el hombre es un “animal racional” en donde, arrogantemente, se toma racional como sinónimo de inteligencia. Lo cual es erróneo. El proyecto de la racionalidad se ha ido al caño que es el lugar del que nunca debió salir. El hombre no es ni siquiera un animal. El animal es un demiurgo que nos conecta con lo divino; ergo, no todos tienen acceso a ese estado extático. El poeta es precisamente poeta porque acepta su animalidad y respeta a los animales: tiene una ética divina que no se fundamenta, sin embargo, en lo trascendente sino en una inmanencia de experiencia fragmentaria, reconoce solamente la verdad del instante, y en ese movimiento dialéctico niega la historia, el pasado y, a la vez, niega el futuro, el porvenir. El poeta sólo vive lo infinito del instante, no le interesa vivir más allá de la muerte, sino (como a toda persona lúcida) más acá de la muerte o en sus límites mismos.
Hay ratas en laboratorio, por eso puse de ejemplo a la rata de laboratorio con respecto a la antropología. Lo cierto es que la rata es un animal muy importante mitológicamente. No pretendo ofender a las ratas comparándolas con el hombre. El hombre no es ni siquiera un animal, es un insecto. Entonces propongo cambiar el término antropología por entomología. Los seres humanos son cucarachas vecinas de cucarachas en edificios de papel, con pensamientos limitados, con sólo algunas neuronas funcionales. Cucarachas aglomeradas en un montón de mierda.
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Convertir cada trozo de hielo, cada copito de nieve en una lágrima ardiente dentro de la sangre: es el proceso del conocimiento. A través de nuestra fiebre el fuego purificador abrasa el mundo. Yo sueño con un mundo heraclíteo, donde lo esencial, el principio y final de todo sea el fuego, la lumbre que quema el lenguaje hasta quedarnos desnudos en el líquido amniótico del silencio.
La alienación posmoderna se da a través de los medios de comunicación, los creadores de verdad -de esa verdad pragmáticamente viable para el capitalismo- son el radio, la televisión y hasta el internet. La web que en sus inicios nos daba la sensación de ser infinitamente abierta, sin poder centralizado, se ha quitado cada vez más la máscara y nos hemos dado cuenta que navegamos bajo estructuras determinadas, bajo ciertos signos del capitalismo.
La hipnosis charlatana del psicologismo ha dado resultado en las mentes débiles -que son la mayoría-. El lenguaje es algo que tiene que ser quemado, el buen poema siempre busca parecerse al silencio para fracturar el lenguaje desde adentro. La poesía, por su carácter intempestivo, sólo puede situarse en el silencio o en el aullido.
La psicología barata es algo que debemos aprender, junto con la semiótica, para dejar al descubierto aquellos signos que tienen mensajes al subconsciente, signos que nos organizan y ordenan la vida dentro de las estructuras socio-económicas que sólo favorecen a unos pocos. Mi lucha -como la de todo despierto- es desesperanzada. Abrir los ojos de las lombrices es una revolución absurda, una revolución sin utopía: allí me enlisto yo.
Texto extraído de: http://mueremata.wordpress.com
La alienación posmoderna se da a través de los medios de comunicación, los creadores de verdad -de esa verdad pragmáticamente viable para el capitalismo- son el radio, la televisión y hasta el internet. La web que en sus inicios nos daba la sensación de ser infinitamente abierta, sin poder centralizado, se ha quitado cada vez más la máscara y nos hemos dado cuenta que navegamos bajo estructuras determinadas, bajo ciertos signos del capitalismo.
La hipnosis charlatana del psicologismo ha dado resultado en las mentes débiles -que son la mayoría-. El lenguaje es algo que tiene que ser quemado, el buen poema siempre busca parecerse al silencio para fracturar el lenguaje desde adentro. La poesía, por su carácter intempestivo, sólo puede situarse en el silencio o en el aullido.
La psicología barata es algo que debemos aprender, junto con la semiótica, para dejar al descubierto aquellos signos que tienen mensajes al subconsciente, signos que nos organizan y ordenan la vida dentro de las estructuras socio-económicas que sólo favorecen a unos pocos. Mi lucha -como la de todo despierto- es desesperanzada. Abrir los ojos de las lombrices es una revolución absurda, una revolución sin utopía: allí me enlisto yo.
Texto extraído de: http://mueremata.wordpress.com
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