Ya indiqué que el grueso de la producción del revolucionario ruso vio la luz de una manera fragmentaria, o sea, en forma de estudios sueltos, que luego se recopilaban en tomos, y también como conferencias o discursos, que después se imprimían como opúsculos o folletos. Toda esta labor de propaganda es la que aquí principalmente importa. Pero no he dejado de advertir que, al margen de ella, Kropotkin se distinguió por no pocas aportaciones científicas, que le dieron una gran autoridad en el mundo sabio.
Durante sus cuarenta años de destierro en la Europa occidental, Kropotkin vivió de lo que le producía su colaboración en varios periódicos científicos, principalmente ingleses.
Fueron, sobre todo, la geología y la geografía las ciencias que despertaron su actividad investigadora. Uno de sus descubrimientos más interesantes concierne al período glacial. Algunos geólogos de su época admitían dos períodos glaciales, uno terciario y otro cuaternario. Otros contaban dos períodos glaciales en la época terciaria y aun tres, no dudando que la era paleozoica tuviera asimismo los suyos. Kropotkin, cotejando temple con temple, reconoció que ciertos climas no consintieron períodos glaciales, al menos, constantes. Pero demostró que, en los tiempos prehistóricos, toda la Europa septentrional estuvo sepultada bajo los hielos. El mioceno presenció innumerables nevascas, que cubrieron la Escandinavia entera, la Escocia y el centro de Francia, y acabó con una riquísima vegetación, que dió al través con gran parte de la fauna europea: mastodontes, carnívoros y rumiantes, y si hombres vivieran, habríalos igualmente exterminado, si ya no hubiesen emigrado a otros países. Pero ciertos sabios recibían dos períodos glaciales, uno a fines del terciario y otros a fines de! cuaternario, y querían que entremedias viniese al mundo el hombre y morase entre los grandes mamíferos.
Kropotkin echó por tierra esta hipótesis, probando que e! hombre vino al mundo antes del período glacial, que convirtió a toda la Europa septentrional en una inmensa nevera, y que no desapareció hasta la época postglacial o moderna.
En realidad, no hubo tal período, sino varias formaciones glaciales casi ininterrumpidas y correspondientes a la precesión de los equinoccios y a las variaciones de la eclíptica.
Repetidas veces y en serie permanente coincidió el afelio con el solsticio de invierno, apoderándose del globo los fríos desoladores y mortales, mas no de suerte que acabasen con todos los hombres, puesto caso que a vueltas de ellos perecieron innúmeros animales.
Los hombres fueron poderosos para sobrellevar heroicamente, y gallardamente contrastar las heladas y las crudezas de aquellos fríos, que consumieron a los grandes paquidermos.
Teoría sencilla y original que dió solución armónica a uno de los más obscuros problemas geológicos relacionados con la paleontología, y guiado por la cual, y asesorado por observaciones prolijas personales y directas,
Kropotkin rectificó y corrigió más tarde el mapa del Asia del Norte, lo que le valió la gratitud oficial de la Academia de Ciencias de París.
Aun dentro del terreno sociológico, Kropotkin publicó trabajos que sólo tienen referencias lejahas con sus doctrinas anarquistas. No sólo estudió con perfecta objetividad científica cuestiones atañederas al cultivo intensivo, al trabajo manual y al sistema industrial, sino que presentó una sugestiva reconstrucción histórica del clan primitivo, que excluye en unos puntos, y que modifica en otros, las teorías más comúnmente recibidas en la sociología moderna.
En las sociedades humanas, y en las mismas sociedades animales, los individuos saben poner obstáculos a la superpoblación y realizar adaptaciones que eviten la competencia.
Las tribus primitivas hubieron de sufrir una evolución gradual y penosa antes de organizarse en gentes o en clanes, y otra no menos dilatada antes de agruparse en familias. La tribu, no la familia, fue la primera forma de la vida social. Las primeras sociedades humanas fueron simplemente un desarrollo ulterior de las hordas prehistóricas.
En el interior de la tribu, todo es común, las porciones de alimento se dividen entre sus miembros, y si el salvaje está solo en los bosques, no comenzará a comer sin antes haber dirigido, en alta voz y por tres veces, una invitación a compartir su vianda a cuantos pudieren oírle. La regla de cada uno para todos ha sido soberana mientras la familia separada no ha roto la unidad tribal. Pero esta regla no se extiende a las tribus o clanes vecinos, ni siquiera en caso de federación para protegerse mutuamente.
Toda tribu o clan constituye una asociación independiente y sometida a un régimen distinto del de los similares grupos próximos. La aparición de la familia en el seno del clan quebranta necesariamente la solidaridad establecida, por cuanto significa bienes separados y acumulación de riquezas. Pero los salvajes subsanan estos inconvenientes creando instituciones comunales, en virtud de las cuales las masas de hombres se esfuerzan por mantener la consistencia del clan, a despecho de los agentes que trabajan para destruirla.
Las cualidades sociales de los primitivos son superiores a las de los civilizados, según Kropotkin, quien procura explicar de un modo serio y científico aun aquellas costumbres de los primeros (infanticidio, parricidio, canibalismo, venganza de sangre, etc.), que más chocan con nuestra moral, pero que tienen su razón, y que encuentran su ley de conducta, en una multitud de reglas de conveniencia no escritas, que son fruto de la experiencia común sobre lo que es bien y sobre lo que es mal, es decir, ventajoso o perjudicial para la tribu.
Sin la identificación de su propia existencia con la de ella, el hombre primitivo no se hubiera sobrepuesto a la dura lucha que sus necesidades le imponía, y nuestra especie no habría alcanzado jamás el nivel a que ha llegado. Criterio profundo y justo, por el que Kropotkin acabó para siempre. en sociología, con los errores románticos que legara e inoculara a esta ciencia la superficial filosofía del siglo XVIII.
No diré otro tanto de sus opiniones económicas, jurídicas y políticas, las cuales se hallan esparcidas casi todas por profusión de rapports, pequeños escritos y artículos de revista. Los que entre 1879 y 1883, aparecieron en Le Révolté, publicación periódica de Ginebra, los reunió Reclus, en 1885 y en un volumen, bajo el título de Paroles d'un révolté, que es una de las obras más populares de Kropotkin. Poco antes (1877 y 1878), había recogido una serie de materiales históricos para una obra acerca de los orígenes de la Revolución Francesa, obra que no terminó nunca, limitándose a aprovechar dichos materiales, cuando se le presentaba ocasión oportuna, en sus libros de propaganda (1). Ya desde entonces nos había prometido Kropotkin completar sus trabajos de crítica con producciones doctrinales, y así lo hizo, en 1888, con Les prisons y con La conquéte du pain; en 1890, con The anarchist communism; en I891, con La morale anarquiste; en 1892, con los Revolutionary studies y con L'anarchie dans l'évolution socialiste; en 1893, con Un siecle d'attente y con Fields, factories and workshops; en 1894, con Les temps nouveaux, en 1896, con Philosophie et idéal de l'anarchie; en 1899, con L'Etat et sa mission historique (2); en 1902, con The mutual aíd; en 1910, con Le terreur en Russie.
Fue aquél el buen tiempo de la fama y de la nombradía de Kropotkin, el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo en las capas de la burguesía culta, pero a la vez el ídolo adorado por las muchedumbres anarquistas, y cuyas obras, escritas unas veces en francés y otras en inglés, eran inmediatamente traducidas a todos los idiomas, y repetidamente editadas en todas las naciones de Europa y de América. Ni fueron escasos los estudios que sobre la personalidad y sobre la labor de Kropotkin aparecieron durante el mismo período.
Sellers, en Inglaterra; Demolins y Wyzewa, en Francia; Brandés, en Dinamarca; Daniels, Dunin-Borkowski, Hodlaender, Küchling, Laurentius, Oppenheimer, Penzing, Ries, Schardt y Thun, en Alemania; Landauer, en Austria; Roberto y Zoccoli, en Italia, y Ely, Johson y Limedorfer, en los Estados Unidos, analizaron, en monografías y en revistas, la característica individual de Kropotkin, y expusieron cuidadosamente su sistema social.
Y, antes de meterme en la entraña de este sistema, apuntaré, de pasada, que, si fuera ruindad estúpida negar a Kropotkin su muchísima competencia en ciencias físicas y naturales, y su indiscutible cultura en ciencias morales y políticas, también hay que confesar que la filosofía que extrajo de las últimas, sobre todo en la parte económica, es una filosofía de paja.
En simplismo e incomprensión, sobrepuja todos los límites de lo concebible. Cada vez que ahonda una cuestión de economía política, Kropotkin no dice más que ñoñeces o monstruosidades, por las que no se dejaría engañar un estudiante de esa ciencia.
Los socialistas cultos han sido los primeros en revelarlas, conscientes de su nadería, y persuadidos de que los radicalismos grosso modo comprometen la causa obrera. Por eso, no llamaré a Kropotkin un epígono de Proudhon, como han hecho muchos.
Proudhon, como lo indica el título mismo de su libro más célebre, presentaba lealmente las contradicciotWs económicas que a la producción acompañan, las contrastaba dialécticamente, y, después de considerarlas como antítesis de su tesis libertaria, tendía a alcanzar su síntesis anarquista.
Kropotkin, al revés, no quiere oír hablar de contradicciones económicas, las mira como preocupaciones de sofistas sociales, y llega de buena fe a un optimismo candoroso con respecto a lo futuro, creyendo que transmite a los hombres la palabra supremamente verdadera, única y definitiva.